Prueba realizada por Gabriel Esono
El Ibiza representa mejor que ningún otro modelo de Seat la evolución de esta marca en los últimos tiempos, especialmente desde que pasó a formar parte de la órbita de Volkswagen.
La necesidad de conseguir el mayor volumen de ventas con el menor coste de desarrollo hizo que, desde su primera generación, el polivalente de la firma barcelonesa se distinguiera del resto de sus rivales por su gran tamaño, tan sólo un punto por detrás de los miembros del entonces llamado segmento de los cuatro metros.
El último sucesor del modelo más representativo de la Seat de la época moderna rompe, sin embargo, con esta tendencia que lo hizo pionero y ya no destaca por sus dimensiones.
Por una parte, porque el fabricante de Martorell cuenta en su catálogo con un buen representante entre los compactos, el Leóny, por la otra, porque muchos de los pequeños utilitarios, como el
Peugeot 207, el Renault Clio o el Opel Corsa, han dejado de ser tan pequeños. Incluso Fiat llama Grande a su Punto.
Así las cosas, había que cambiar la estrategia y, desde hace algunos años, Seat ha trabajado para dejar de ser una marca de coches baratos y empezar a construir vehículos dinámicos y en los que el componente emocional pase a tener un mayor peso específico en la decisión de compra.
El nuevo Seat Ibiza supone la consolidación de una tendencia que ha sabido nutrirse de las sinergias del Grupo Volkswagen, pero a la vez significa un significativo paso adelante dentro del consorcio alemán. No en vano, por primera vez ha estrenado una plataforma, en lugar de heredarla, así como componentes como el ESP de última generación, que entre otras ventajas incluye, por primera vez en su segmento, el asistente de arranque en pendiente.
Otras novedades son las variantes mecánicas, especialmente en lo que se refiere a la transmisión, que cuenta con la posibilidad de montar el alabado cambio DSG de 7 velocidades, que estará disponible, además de en el motor 1.6 que probamos aquí, en el próximo Ibiza Cupra, que contará con la versión más potente del 1.4 TSI, que dispondrá de nada menos que 180 CV.
El propulsor que mueve a este Ibiza es el conocido 1.6 litros que entrega 105 CV, ya conocido en la familia León/Altea/Toledo. Parte de una base muy veterana y sobradamente probada, lo cual supone toda una garantía en cuanto a fiabilidad se refiere, sobre todo porque se ha ido sobre seguro y se ha prescindido de especiales aditamentos tecnológicos. Se mueve, pues, más a gusto a bajo y medio régimen que en alta, aunque hay que reconocer que tampoco se pretende lo contrario.
El cambio, con 5 velocidades, se muestra suficiente para las prestaciones de esta mecánica, gracias a un escalonamiento de sus relaciones muy bien estudiado. Además, el tacto al accionarlo es suave y preciso, una delicia en conducción relajada que no desentona cuando se es más exigente.
Ahora bien, aunque las prestaciones son correctas teniendo en cuenta la potencia y el par (152 Nm a 3.800 rpm), no cabe esperar grandes alegrías en cuanto a sensaciones de aceleración y recuperación y, a la hora de realizar adelantamientos, hay que prestar especial atención a insertar la marcha adecuada antes de iniciar la maniobra.
Si se quiere correr, habrá que esperar al Cupra, pero para todo aquel que quiera hacer un uso convencional del coche (es decir, la mayoría), el rendimiento es suficientemente solvente. Lo mismo se puede decir de las cifras de consumo que hemos registrado, puesto que mantienen la misma tónica observada en las prestaciones, con unos guarismos que no sorprenden ni por lo bueno ni por lo malo, pero son bastante razonables, con unas medias a velocidades de autopista entre los 6,2 y los 7 litros a los 100 km.
Después de haberlo probado, se puede decir que la forma que tiene el Ibiza de rodar sobre el asfalto es una de las mejores de su segmento. Quizá los haya más vivos, como el Ford Fiesta, o más aplomados, como el Volkswagen Polo, pero precisamente el Ibiza disfruta de un equilibrio que se nos antoja difícil de igualar.
Su comportamiento es fundamentalmente neutro, y lo es en casi todas las circunstancias. Bueno, es un tracción delantera y la física manda, así que al límite muestra un leve subviraje. Y es leve de verdad, porque cuando empieza a deslizar el ESP se encarga de poner las cosas en su sitio, quizá un poco antes de lo deseable si lo que se quiere es hacer honor a la versión Sport.
Este apelativo puede venir acompañado de una suspensión más firme (opcional sin cargo) y unas vistosas llantas de 17 pulgadas. Ningún pero a la primera, y un matiz para las segundas, que mejoran el comportamiento a costa de sacrificar el confort. También contribuyen a que las distancias de frenado sean correctas, gracias a los frenos de disco a la cuatro ruedas, de serie en toda la gama Ibiza.
La dirección electrohidráulica pone su granito de arena en este agradable paisaje, pues es lo suficientemente directa como para meter el morro en la curva con vigor, sin que ello cree al conductor más tranquilo la sensación de estar conduciendo un caballo loco.
El camino seguido por Seat en la mejora de sus creaciones se percibe claramente cuando uno se sienta dentro del Ibiza. El accionamiento de los mandos transmite una solidez desconocida en la firma española hasta hace poco, y el tacto de los materiales, desde el tapizado de los asientos hasta los plásticos del salpicadero, es mucho más agradecido que antaño.
El diseño de la radio y del climatizador denota también el esfuerzo realizado en este sentido, donde han sabido separarse definitivamente del aspecto de hermano pobre de Volkswagen para dotarlo de una identidad propia y más acertada. De hecho, el restyling de los León y Altea toma esta base estética para los mandos, lo que significa que los diseñadores se han dado cuenta de que han dado en el clavo.
Así pues, el ambiente que se respira en el interior es de calidad, teniendo en cuenta, eso sí, que estamos hablando de un modelo polivalente de una marca generalista como es Seat. Muy correcto y claramente mejor que el de la anterior generación, pero dentro de los márgenes ofrecidos en el segmento en el que compite. Por otra parte, el espacio ofrecido a los ocupantes es suficiente, sobre todo delante. El puesto de conducción está muy bien conseguido.
El volante es regulable en altura y profundidad y los asientos permiten encontrar rápidamente la postura adecuada, aunque los de la versión Sport pueden resultar un poco estrechos para personas un poco voluminosas. Para los amantes del reposabrazos central, que sepan que los 100 € que cuesta servirán para contar con un hueco más para guardar objetos, pero no podrán conducir con él colocado en la que debería ser su posición, porque es muy largo y queda muy alto, lo que impide el manejo del cambio.
Detrás no hay pegas y el maletero tiene suficiente capacidad para que cuatro adultos se lancen a hacer un viaje largo con la tranquilidad de que, además, cuentan con una rueda de repuesto de tamaño normal.
El Seat Ibiza es un coche bien realizado en casi todos los aspectos. Su mayor virtud reside en el equilibrio entre todos ellos, ya que sin tener ningún punto débil destacable, cuenta en cambio con grandes virtudes entre las que destaca sobremanera un comportamiento brillante, de los que animan a girar la llave de contacto y buscar una carretera con curvas.
El equipamiento disponible también es una de sus características más destacadas. Por 16.060 €, el Ibiza 1.6 Sport ofrece de serie control de velocidad de crucero, faros antiniebla con función cornering, aire acondicionado, ESP de última generación que incluye la función de asistente de arranque en pendiente, las llantas de aleación de 16″, además de 4 airbags, entre otros.
Opcionalmente se pueden incorporar elementos como el climatizador (345 €), el techo panorámico (640 €) o los faros bixenón con luz de día (665 €). Y, por supuesto, el cambio DSG de 7 velocidades (1.295 €), que en todos los coches en los que lo hemos probado nos ha dejado encantados.