Prueba realizada por Gabriel Esono
BMW se precia de hacer coches pensados para que en el asiento del conductor se sienten personas a las que el viaje les produce tanto o más placer que el destino del mismo. Hace años que venden esta historia por la tele, y de tanto decirlo uno acaba creyéndoselo «porque sí».
El Serie 7 es lo que se suele denominar el buque insignia del fabricante bávaro, el coche más grande, el que aglutina todo el saber hacer de la marca en lo que a lujo y refinamiento se refiere. No en vano, BMW es una de las marcas premium, y como tal tiene la obligación de mantener su prestigio, entre otras cosas, a base de crear modelos de factura irreprochable, tanto más cuanto más largas y anchas son sus carrocerías.
Sin embargo, los fanáticos de la conducción, los más puristas del automovilismo, probablemente se resistan a creer que se pueden congeniar conceptos que rara vez se pueden aunar en un vehículo tal y como se plantea BMW con cada generación de su modelo de más alta alcurnia: ¿es posible concentrar en un solo automóvil una rodadura sibarita con un dinamismo deportivo?
A la vista de lo que hacen otros, como Audi con el A8 o Lexus con el LS, parece que el camino no difiere mucho del que trazan los chicos de Múnich. Y en el caso de Mercedes-Benz, para que no quepa duda de que «ellos también pueden», con cada Clase S aparecen al menos una o dos versiones AMG que, por lo menos en línea recta, correr lo hacen un rato largo.
De modo que a pesar del escepticismo inicial, concederemos el beneficio de la duda a este gran BMW. A ver qué pasa.
Un coche de superlujo como el BMW 730d, equipado de serie con todos los elementos de confort habidos y por haber, más los que la marca pone a tu disposición si te apetece pagar por ellos, ha obligado a concentrar en más de poco más de 5 metros de chapa nada menos que 1.940 kg de material.
Antes de entrar, me tomo mi tiempo para contemplar su estampa y me viene a la cabeza una especie de enfrentamiento pugilístico. «Señoras y señores, a mi izquierda, con 2993 cc y turbo, el diésel que no lo parece, el propulsor llamado a devorar amplias rectas y estrechas curvas, ¡el polifacético y sorprendente 6 cilindros en línea!».
Y yo solo me voy creciendo y continúo con la fábula: «A mi derecha, con la propulsión adherida a su trasero, asientos para tallas exigentes y maletero envidia de familias numerosas y asesinos en serie, ¡el no menos impresionante voladizo posterior!»
He de reconocer que a priori el panorama pintaba un poco oscuro. De poco servía el gratísimo recuerdo que la variante de 286 CV de este motor había dejado entre los miembros de la redacción de Cochesafondo.com, instalado en el ágil 335d. No en vano, el salto de una berlina media a limusina de lujo era como para poner en duda la capacidad de esta misma mecánica, sobre todo cuando al saltar al vano delantero del Serie 7 se dejaba más de 40 CV en el camino para quedarse en los 245 CV que se declaran para el 730d. Los 540 Nm entre 1.750 y 3.000 rpm, aun siendo propios de un camión, tampoco consolaban.
Al principio, lo de casi siempre, la tortura de tener que ir descubriendo el coche entre el tráfico urbano, rodeado de motoristas implacables y conductores que toleran mal la presencia de automóviles que cuestan más de lo que les queda de pagar de hipoteca. Una vez pasada la hora de rigor, sin embargo, llegó la sorpresa, y ésta fue de las enormes, en todos los sentidos.
Resulta que el pequeño de la familia grande de BMW les ha salido travieso, y es capaz de correr que se las pela sin apenas esfuerzo aparente. ¿Sin apenas esfuerzo? Miento. No le cuesta nada de nada alcanzar velocidades de vértigo, y le da igual salir desde parado que recuperar desde cualquier velocidad. Tampoco es que el asiento se deforme con la forma de tu espalda, pero desde luego la forma como sube de vueltas con cada relación es de las que te deja satisfecho a poco que seas una persona cabal. Porque si éste, que es el motor más modesto, puede circular al ritmo que lo hace, ¿qué no harán los otros propulsores?
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Estar acompañado de un cambio de marchas automático como éste ayuda bastante a conseguir unas medias más que dignas en cualquier tipo de terreno asfaltado. Rápido y suave, era de esperar que, para que BMW renunciara a ofrecer una caja manual, la alternativa tenía que responder a unas expectativas que no se ven defraudadas.
Ahora bien, por mucho que el motor y el cambio sean unas maravillas, las leyes de la termodinámica no llevan demasiado bien eso de congeniar la eficiencia energética con la fuerza necesaria para vencer ciertas resistencias: el peso (no he acabado con este tema aún), la aerodinámica (por la gran superficie frontal) y las enormes ruedas (245/50 R 18 frenan a cualquiera) hacen buenos los pronósticos. Seguro que otro probador habrá sido capaz de bajar de los 12 l/100 km de media. Igual es de los que van con chófer.
Los prejuicios volvían a hacer acto de presencia cuando ponía el intermitente rumbo a una de mis carreteras preferidas. «Esto no es un Ford Focus RS», «Esto no es un SEAT León Cupra R»… Intenté repetirme muchas veces frases como éstas, convencido de que mi mente trataría de jugarme una mala pasada y me haría creer que podría vencer a las inercias de una carrocería dimensionada para fines especiales, como triunfar en amplias autopistas o ir a recoger a algún gerifalte al aeropuerto.
Después de esta prueba, ha quedado claro que soy una persona débil, porque por mucho que intenté comportarme como se espera de un conductor de un coche con 3.070 mm de batalla, con dos kilómetros de curvas ya me venía buscando los límites del bendito eje trasero. Porque este tren posterior es de los que, si le dejas, está todo lo presente que tú quieras.
Bueno, me he adelantado un poco, porque para que ello ocurra tienes que jugar con las teclas que hay junto a la palanca de cambios. ¿Qué teclas? Pues aquéllas en las que dice «Sport» a un lado y «Comfort» al otro.
Por defecto, el 730d es una berlina con un tarado de amortiguación tirando a blandito pero no mareante, que aísla perfectamente pero permite intuir lo que pasa bajo las ruedas, aunque sin llegar a enterarte muy bien del tema.
La historia empieza a cambiar a medida que subes escalones y de la posición más «ligera» vas pasando a la más «dura», la de «Oye chico, ¿ya sabes lo que estás haciendo?» con letras en rojo parpadeando en la retina. Otra vez la mente haciendo de las suyas.
Cuando en la pantalla a todo color te muestra Sport+, ya sabes que las cosas están cambiando y que a partir de ahí la conversación es más seria y la berlina de lujo exige un compromiso mayor. El tacto del acelerador y de la dirección es más inmediato y los controles de tracción y estabilidad te dejan en libertad vigilada.
A pesar de que el tarado de la suspensión se endurece de forma sensible, no llega a la categoría de tabla, y al límite la inclinación de la carrocería es notable, aunque en subido en el coche la sensación es de tenerlo todo bajo control.
La capacidad de abordar curvas cerradas es altísima y lo hace con envidiable agilidad, a pesar de sus, de nuevo, engañosas proporciones. En curva rápida ya ni te cuento, porque la única referencia subjetiva de la velocidad con la que podrás contar será la melena del Elvis de turno adherido al salpicadero.
Respecto a los frenos, una de las asignaturas en las que BMW suele dejarnos ciertas dudas, ya que en casos como éste, con un coche tan capaz de ir rápido, la capacidad de aguante de los discos está un punto por debajo del conseguido bastidor.
Aquí sí que no debe esperarse ninguna sorpresa: el interior del BMW Serie 7 es soberbio en casi todos los aspectos. Acabados impecables, calidad de materiales sobresaliente, ergonomía bien desarrollada, con todos los mandos bien colocados y que accionas sólo por darte el gusto de hacerlo.
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Aquí no caben los eufemismos, porque la calidad de rodadura se transmite al interior en forma de silencio que raya lo sepulcral (conviene recordar que se trata de un motor diésel) y en una ausencia de vibraciones que marca distancias estratosféricas con segmentos más mundanos.
Si subes a una criatura de meses a un coche como éste sólo un día, luego llorará cuando quieras viajar con cualquier otro. Luego no digas que no te avisé.
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Hay una cosa, un pequeño detalle, que las personas altas notarán con más facilidad. La habitabilidad trasera, en la cota longitudinal, deja un poco que desear.
Sin ser mala, está lejos del sobresaliente general de un coche de cuya longitud podría exigirse algún centímetro más, sin tener que recurrir al palmo escaso que proporciona la carrocería larga, que cuesta 4.100 € más (241 € por centímetro extra).
Seguro que en BMW han tenido en cuenta muchos factores a la hora de estructurar las proporciones del habitáculo, pero aquí han pecado un poco por defecto de espacio.
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La perfección en el automóvil, si es posible, nadie la ha encontrado aún. Afortunadamente, por otra parte. Porque podría considerarse que el BMW 730d reúne todos los valores que podrían desearse de un automóvil.
Lujo y confort a raudales, combinados con un ritmo de marcha satisfactorio en la mayoría de las situaciones del tráfico actual. Mimo exquisito para todos sus ocupantes, con la salvedad del espacio para las piernas detrás y la posibilidad de personalizar el coche hasta el infinito.
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Pero a cambio de la excelencia se tiene un producto de un alto coste de adquisición y mantenimiento, ágil para su tamaño pero superado en este sentido por modelos que pueden costar menos de la mitad. ¿La comparación es injusta? Como la vida misma, supongo.
El precio de salida de la versión de acceso al Serie 7 es 78.400 €, y a partir de aquí empieza a sumar: si quieres mejorar el comportamiento, tienes el Paquete deportivo M (8.394 €), que incluye el Dynamic Drive (2.798 €), sistema que reduce el movimiento centrípeto del chasis al girar. También está disponible la dirección activa integral (2.075 €).
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El confort puede llegar a extremos como la ventilación activa para los asientos delanteros (1.281 €) y los traseros (1.281 €), asientos confort delanteros (múltiples regulaciones eléctricas por 2.526 €) y traseros (se suprime la plaza central, 3.760 €) o el climatizador de 4 zonas (973 €).
La cuestión estética se puede resolver con detalles tales como el tapizado de cuero para el salpicadero (1.601 €) o una amplia colección de llantas de hasta 20″ (4.624 €).
Es inevitable. Algunos coches te transmiten más y otros menos. Es una cuestión de lo que los angloparlantes llaman feeling, el sentimiento.
Como en otros tantos coches, este sentimiento es contradictorio, porque este BMW 730d es un automóvil hecho para sentir, pero está destinado a un público que exige el máximo aislamiento. Sin ruidos, sin vibraciones, sin irregularidades. Ni frío, ni calor, en el interior, quiero decir.
Y sin embargo, debe de haber una especie de fuerza genética que se traspasa generación tras generación y que logra poner a cada BMW un sello que permite distinguirlo del resto. ¿Será el tacto? No creo. ¿Será el sonido? El diésel no da para muchas emociones, por mucho que gane en Le Mans.
Habrá que seguir buscando hasta descubrir cómo logran hacer que, una vez al volante, sólo me vengan a la cabeza pensamientos retorcidos. ¿O eran carreteras?
Cambiando hacia el futuro - La Comunidad del Taller
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