Prueba realizada por Gabriel Esono
Audi, cuando lanzó el A1, dejó bastante claro que su objetivo era ofrecer un modelo deportivo y con un cierto componente de individualidad para el segmento de los más pequeños.
Para conseguirlo, la fórmula parecía sencilla, o al menos debería serlo para un fabricante premium como el alemán, que con el tiempo se ha ganado el derecho a que sus productos se les presuponga una calidad de realización claramente por encima de la media y unas posibilidades de personalización capaces de contentar a los más caprichosos.
A las marcas de lujo, sin embargo, se lo han pensado lo suyo antes de meterse en territorios como el del Audi A1, un coche cuyas recortadas dimensiones lo convierten, por un lado, en carne de urbe y, por el otro, en objeto de deseo de los que tienen pero no quieren, o también de los que quizá aún no tienen por sus propios medios pero tarde o temprano acabarán teniendo. No sé si ha quedado claro que estaba hablando de dinero.
Una interpretación cortoplacista podría hacer pensar que para Audi es menos rentable desarrollar un coche pequeñito como el A1 que otros de mayor valor añadido, los de toda la vida, como el A4 y de ahí para arriba. De hecho, BMW prefirió relanzar una marca como Mini, a priori sin más pedigrí que la simpatía que aún despiertan los pequeños modelos ingleses, antes que ponerle su sello a un coche de menos de cuatro metros.
Pero el acierto de la fórmula, que en Oxford y Múnich están consolidando con una imparable sucesión de carrocerías, tiene para la firma de Ingolstadt un punto más favorable todavía. Y es que no sólo parece que hay una gran parte del público que ya acepta de buena gana tener un escudo de relumbrón sobre el capó, sino que, además, cuando atraes a clientes más jóvenes tienes más posibilidades de contar con ellos en el futuro. Es decir, están aplicando en un segmento inferior la estrategia que les está funcionando de maravilla con el Audi A3, que supuso el primer desembarco serio de un fabricante de lujo en mercados hasta entonces considerados populares.
Bajando este peldaño Audi ya no arriesga un ápice de su prestigio, pero sí aparece en un escenario en el que Volkswagen con el Polo y especialmente Citroën, con el DS3, juegan con la baza de la experiencia de quienes llevan décadas produciendo utilitarios.
De todas las marcas del Grupo Volkswagen, Audi ha sido la única que ha preferido mantener las siglas TFSI para sus motores de inyección directa de gasolina sobrealimentados, independientemente de su cilindrada, construcción o turbina utilizada.
En realidad, carece de demasiada importancia si lleva una F intercalada o no, porque al final de lo que se trata es de asegurarse que el rendimiento sea satisfactorio.
El pequeño 1.4 TFSI de 122 CV se encuentra en el punto intermedio de la oferta del A1, alejado de la modestia del 1.2 TFSI (aunque nos sorprendieron los 105 CV del Volkswagen Golf y del Skoda Roomster, en el A1 se quedan en 86 CV) y sin la vocación de GTI que se espera del alto de gama (con turbo y compresor, el Audi A1 1.4 TFSI de 185 CV se coloca por encima de los SEAT Ibiza FR y Cupra, y también del Volkswagen Polo GTI).
Pero ese nadar entre dos aguas es más sobre el papel. Al ponerte en marcha, aunque no llega a ofrecer sensaciones de rabioso deportivo, sí muestra la alegría propia de un motor que siempre nos ha dado mejores impresiones cuando se lleva hacia la parte alta del cuentavueltas que en conducción de paseo. En este caso, la entrada en acción del turbo, aun siendo bastante rápida, no logra disimular del todo la escasa cilindrada, de ahí que sea a partir de medio régimen cuando empieza a desplegar sus cualidades.
De todas formas, la escasa afluencia de par en bajas vueltas queda gratamente compensada con el cambio S tronic de 7 velocidades. Tal y como suele ocurrir con las variantes de doble embrague con los discos en seco, las transiciones, especialmente a baja velocidad, son algo menos suaves que los que cuentan con los embragues bañados en aceite (el caso más evidente lo encontramos en el Renault Mégane EDC).
Ahora bien, en el caso del Audi A1 se trata de un mal muy menor, y que queda disculpado en cuanto ruedas con él en carretera, donde no importa si vas a ritmo de camión o apurando la zona roja. Es rápido como él solo y no hay forma de percibir un salto de marcha, da igual si subes o bajas, en automático o en manual, con las levas o con la palanca.
Por otra parte, a los que sean comedidos con el acelerador les regalará unas cifras de consumo bastante razonables, aunque algo alejadas de los 5,4 l/100 km de media que declara la marca. Durante el recorrido de la prueba, hicimos casi 675 kilómetros muy repartidos entre todo tipo de trazados y estilos de conducción, y los 9,0 l/100 km con que nos despidió vuelven a dejar constancia de que se trata de un propulsor que gasta como un 1.4 cuando lo tratas como tal, pero que no tiene reparos en reclamar un talonario de coche potente si eres exigente con él.
El anterior Audi A1 que pasó por nuestras manos nos sorprendió muy gratamente. Por una parte, confirmó que la marca bávara tiene bastante claro a qué tipo de público van dirigidos sus coches de acceso, ya que tanto este benjamín como el Audi A3 (se puede añadir al Audi TT, pero eso ya es otro nivel) muestran un talante más dinámico que sus modelos más grandes, algo más burgueses.
Este A1 debía, por consiguiente, ir en la misma línea que la variante 1.6 TDI que probamos, pero mejorada, gracias a la mayor ligereza del bloque de gasolina. De hecho, esta versión pesa en vacío 1.200 kg (1.180 kg con cambio manual), 15 kg menos que el diésel que se ahorran justo donde más falta hace en un tracción delantera.
Al volante, pues, los pronósticos se confirmaron y, con el motor 1.4 TFSI (y con la suspensión deportiva, y con las llantas de 18 pulgadas…) la inserción en curva es claramente más precisa.
Por otra parte, al tener una batalla relativamente corta (2.469 mm), te permite jugar con las inercias, especialmente las de un tren trasero que a poco que se fuercen las cosas se muestra bastante vivo (por algo la vía posterior es, con 1.471 mm de ancho, 6 mm más estrecha que la anterior), pero siempre dentro de los límites establecidos por un control de estabilidad muy presente.
Si a esto le sumamos el hecho de que este motor agradece ser llevado bien entrado el medio régimen, el resultado es un principio de deportivo, más dinámico que su hermano turbodiésel aunque, curiosamente, a pesar de contar con una configuración de suspensiones más bien durita, al bajar de él no te queda la sensación de haberle hecho pasar un mal rato a los riñones.
Uno podría pensar que una carrocería más bien baja (1.416 mm) y claramente corta (3.954 mm) clasificarían al Audi A1 como el típico coche individualista, o como mucho para parejas esporádicas. Y no se equivocaría del todo, porque ahí está su punto fuerte.
Ir tras el volante de este coche implica olvidarte de cualquier referencia anterior entre los de su tamaño. Empiezas por la presencia de los materiales visibles y sus ajustes, pequeñas delicatessen a las que uno les coge cariño enseguida, hasta que te das cuenta de que los asientos deportivos de piel/tela del paquete S line (1.990 euros) son prácticamente perfectos, por cómo te abrazan con esa extraña (por poco frecuente, y aun menos en este segmento) combinación de firmeza y cariño.
La postura al volante también es de referencia, de las que te hacen sentir desde el primer momento la confianza del que lleva miles de kilómetros compartidos con su coche.
Los dos pasajeros que ocasionalmente ocupen las plazas traseras tampoco tendrán demasiados motivos para pedir la hoja de reclamaciones.
Tanto el respaldo como la banqueta casi podrían servir para los asientos delanteros, porque son cómodos y sujetan muy bien el cuerpo, mientras que el espacio para las piernas, sin ser excelso, sí resulta más que digno.
Ni siquiera se le pueden poner demasiadas pegas al maletero, que cuenta con unos 270 aprovechables litros que ganan definitivamente la partida a los 160 litros del Mini, que de alguna manera tenía que pagar el palmo de menos que mide su carrocería.
Un coche pequeño y manejable, tan ideal para moverse por la ciudad como para darse un garbeo por ese camino más largo pero por el que se va más deprisa, pero no demasiado. Así es como veo al Audi A1 con el motor 1.4 TFSI de 122 CV con el cambio S tronic.
Su línea es moderna y hace alarde de sus orígenes, para que a nadie le quepa duda de donde viene, aunque como miembro de marca premium que es, ofrece un amplísimo abanico de posibilidades de personalización, tanto con el acabado Attraction (20.400 euros) como con el llamativo Ambition (23.260 euros) que aparece en las fotos, unos precios en la línea de lo que podemos encontrar en el Mini Cooper, su rival más directo.
Si quieres alegrarle el día al comercial de turno, puedes decirle que apunte en la casilla correspondiente el paquete S line del que hablaba en el apartado del Interior, que además de los asientos con clase incluye la suspensión deportiva, llantas grandes (pero “sólo” de 17 pulgadas; las de 18 pulgadas cuestan 1.850 euros) y detalles distintivos por dentro y por fuera.
Si llegas hasta ahí, no podrás pasar sin el volante multifunción con las levas (255 euros), ni sin el imprescindible manos libres Bluetooth, sea solo (360 euros) o en compañía del navegador (entre 1.385 y 3.160 euros). Nuestra unidad de pruebas equipaba, además, el equipo de sonido Bose Surround Sound, que reparte 14 altavoces por todo el habitáculo y un subwoofer reemplaza a la rueda de repuesto.