Prueba realizada por Gabriel Esono
En 2008, durante un encuentro con un responsable de una marca japonesa importante que no es ni Toyota, ni Mazda, ni Nissan, le pregunté por qué su oferta de motores diésel en su berlina media se limitaba a un único propulsor de 140 CV. Su respuesta fue algo parecido a “porque es la que el público más demanda”. Está claro, el cliente es soberano y los japoneses muy pragmáticos.
Pues si hay una marca o consorcio a los que se puede culpar por esta tendencia es a Audi o al Grupo Volkswagen. Cuando evolucionaron su celebérrimo 1.9 TDI, que llegó a entregar hasta 150 CV, hacia los 1.968 cc que cubica el 2.0 TDI actual, lo primero que llamó la atención es que, inicialmente, la versión más potente se quedaba en “apenas 140 CV”. ¿Para eso más cilindrada? Fue solo un espejismo, porque pronto apareció la variante más potente, que con sus 30 CV extra volvía a dejar las cosas en su sitio y permitía a las marcas populares del grupo ofrecer modelos más o menos deportivos alimentados por el cada vez menos rentable gasóleo.
Pero éste no es el caso que nos ocupa aquí, sino precisamente el del motor para casi todos, como decía el señor de Honda (¡Uy!, se me ha escapado). Con el paso de la eficaz pero un tanto tosca bomba-inyector al estándar en el que se ha convertido el common-rail, la sensación de poderío ha dado paso a una mayor eficiencia y suavidad, factores que, por lo visto, también venden más a día de hoy. De ello dan fe las pruebas que hicimos a los SEAT Exeo y Exeo ST, con cambio manual o Multitronic, o al Audi A3 2.0 TDI 140, que nos hizo preguntarnos para qué era necesario un A3 Sportback de 170 CV. Incluso un polivalente vestido de racing como el SEAT Ibiza FR equipado con el 2.0 TDI 143, que ahora veremos cómo va en el A4 Avant, se mostró más como un tragamillas que como un “devoratramos”.
Pasemos del motor a la carrocería. ¿Hay alguien que piense todavía en este país que un familiar es un mero coche práctico? ¿Es posible que sus formas lleven a recordar la última vez que fuimos a un entierro? A quien le ocurra esto, tal vez debería detenerse para ver qué tipo de personas suelen conducir los breaks modernos. Y, una vez más, Audi ha contribuido en gran medida a cambiar la percepción que siempre se había tenido de este tipo de coches.
El Audi A4 Avant es, pues, un ejemplo de cómo se puede ser elegante y alardear de vida juvenil y familiar a un mismo tiempo. Pero claro, no están solos en esto, ya que tanto el BMW Serie 3 como el Mercedes-Benz Clase C han evolucionado en el mismo sentido. Veamos qué hace al de Ingolstadt diferente de sus paisanos.
Suavidad, refinamiento y eficiencia parecen haber sido las premisas marcadas a la hora de desarrollar la actual generación de motores 2.0 TDI common-rail de Audi.
Equilibrio sería la cualidad que se puede destacar de esta versión de 143 CV, porque a unas prestaciones respetables (hacer el 0 a 100 km/h en menos de 10 segundos merece esa consideración) le añade unos consumos que, según la marca, superan por poco los 5 l/100 km de promedio, corroborados por los 6,8 l/100 km que arrojó durante nuestra prueba, muy en la línea de lo mostrado por otros modelos con este motor y cambio manual.
Porque otro detalle a tener en cuenta es que la transmisión manual, al menos de momento, sigue sacando ventaja al eficaz cambio S tronic en los consumos.
Hay que decir, sin embargo, que su tacto no es del todo convincente, porque no se acaba de saber si se ha hecho duro para que parezca que es preciso, o si la fuerza que hace falta para cambiar de marcha disimula un guiado mejorable.
En cualquier caso, como decía al principio, la buena voluntad de este tetracilíndrico permite recorrer kilómetros y kilómetros sin tener que soltar la mano derecha del volante más que para cambiar la temperatura del climatizador.
La abundante afluencia de par desde muy abajo, y su regular entrega hasta bien pasadas las 3.500 rpm, convierten a cualquier modelo que lo monte en un auténtico trotamundos, rey de autovías y príncipe de radiales. Pasiones, justo es reconocerlo, las justas, pero es que el planteamiento del Audi A4 en general y con este motor 2.0 TDI 143 en particular va sobre todo en la línea de llegar de A a B con solvencia durante largos recorridos.
Nadie puede poner en duda la calidad de la plataforma del Audi A4, en la que se ha hecho un uso extenso del aluminio en la suspensión. Con cinco brazos por rueda en el eje delantero se ha conseguido separar la gestión de las fuerzas longitudinales de las transversales, uno de los problemas congénitos de cualquier tracción delantera.
Para el eje posterior, el dibujo trapezoidal de los brazos (que además son huecos), soportados por un portaeje de acero unido a la carrocería mediante soportes hidráulicos, conforma un conjunto muy elaborado que, con unos tarados de suspensión tirando a suaves, da como resultado un coche tremendamente suave pero, a la vez, eficaz.
Se trata de una eficacia burguesa y amable que hacen que uno sienta al Audi A4 Avant como un coche dócil, muy fácil de conducir incluso a ritmos muy altos. Cuando se trata de buscar los límites, no obstante, el morro hace claro acto de presencia y tiende a alejarse sin disimulo del ansiado vértice de la curva, hasta que cortas el entusiasmo del pie derecho y las ruedas vuelven al cauce marcado por el volante. La dirección, por cierto, es rápida pero podría ser más sensible y, ya puestos a pedir, ojalá el aro del volante hubiera sido algún milímetro más grueso.
El habitáculo del Audi A4 Avant hereda las virtudes de la berlina, que vienen a ser los propios de una marca premium. Una ergonomía perfectamente estudiada se entrelaza con la destacada calidad percibida de materiales y ajustes. Delante, es poco probable que el conductor o el acompañante soliciten la hoja de reclamaciones.
Detrás, el panorama es casi exactamente igual salvo por un par de detalles que no pueden considerarse menores. Uno espera algo más de espacio longitudinal para un coche de más de 4,7 metros de largo, y también desearía que el túnel central para el árbol de transmisión (la tracción total quattro es lo que tiene) fuera algo menos prominente.
Respecto al maletero, es otro de los puntos que denotan la condición de marca de lujo de este A4 Avant. La superficie, completamente regular (y también diáfana cuando se pliegan los asientos traseros), está tapizada con el mismo esmero que el resto del habitáculo y cuenta con sus correspondientes anillas (metálicas y cromadas) para fijar una red para los bultos. De 490 litros en su configuración básica, abarca hasta los 1.430 litros en configuración “biplaza”.
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Si eres el que va a conducir normalmente el Audi A4 Avant con el motor 2.0 TDI de 143 CV, es difícil encontrar argumentos que te hagan cambiar de opinión. La carrocería es atractiva, su combinación motor-cambio es sobria y solvente y, una vez dentro, la calidad va mucho más allá de la mera percepción. Hasta es posible que traslade tus referencias a un estándar difícil de igualar.
Si vas a ir detrás, probablemente tu opinión tendrá menos peso, pero puedes ir haciéndote a la idea de que, para ti, va a ser un coche más grande por fuera que por dentro.
Justo lo contrario de lo que sucede cuando abres el portón del maletero, la razón de ser de un coche que no pierde ni un gramo de clase cuando adopta el aire versátil de la carrocería break.