Prueba realizada por Gaby Esono
Las marcas denominadas premium se enfrentan siempre a un gran hándicap cuando se las compara con las generalistas: el precio. Este insignificante detalle permite a unos justificar un cierto halo de exclusividad y, a otros, convencer a quien esté dispuesto a escuchar de que su coche vale lo mismo, aunque cueste más barato.
Estas comparaciones, que en los segmentos más altos aún tienen a respetar un cierto status, se vuelven inevitables a medida que bajamos peldaños y los coches son más pequeños. Este dilema moral empezó de verdad cuando llegó el primer Audi A3, que siempre ha compartido la misma plataforma y órganos mecánicos con el Volkswagen Golf, el SEAT León e incluso el Skoda Octavia. Ahora, con la llegada del Audi A1, el conflicto alcanza al segmento B, en el que se encuentra con sus “primos” el Volkswagen Polo, el SEAT Ibiza y, cómo no, el Skoda Fabia.
Los que apuesten por la distinción quizá ya hayan cerrado el explorador de su iPad 3 pensando que se trata de comparaciones absurdas, pero cuando estamos hablando de plataformas, mecánicas y transmisiones compartidas, ¿no es justo preguntarse si de verdad hay objetivamente tanta diferencia?
Ocurre, sin embargo, que si la compra de un automóvil la mayoría de las veces encierra un alto componente emocional, cuando hablamos de siglas del tipo GTI, TFSI, RS o Cupra probablemente el corazón ocupe todo el espacio disponible.
El Audi A1 1.4 TFSI de 185 CV supone, en consecuencia, la sublimación de esta forma de concebir el automóvil (me perdonarás que no tenga en cuenta el Audi A1 quattro, demasiado bestial y exclusivo como para considerarlo en una prueba convencional como ésta) en la que se tienen muy en cuenta ciertos valores intangibles (la llamada “calidad percibida” sería uno de ellos) y, por si acaso, se adornan con datos que permiten dar a quien lo compra respuestas más convincentes a una de esas típicas preguntas recurrentes y envidiosas: “¿Qué potencia tiene?“, oirás alguna vez. “Más que el tuyo”, responderás sin pudor, mirando al Polo GTI rojo que se compró tu colega, o al Mini Cooper S de tu vecina de enfrente…
Lo del Grupo Volkswagen con el motor 1.4 TFSI es para quitarse el sombrero. Ganador varios años seguidos en su categoría en los Engine of the Year Awards, se ha convertido en uno de los paradigmas del “downsizing”, tan en boga hoy en día. Este bloque de 1.390 cc, cuya versión de 122 CV ya nos sorprendió gratamente cuando la probamos en este mismo Audi A1, se vuelve un auténtico torbellino de sensaciones en su variante potenciada hasta los 185 CV, la más potente conocida hasta la fecha.
La fórmula para lograr semejante rendimiento específico es de sobras conocida: doble sobrealimentación, confiada a un compresor que trabaja a bajas vueltas y que, en cuanto los gases empiezan a circular con alegría, se echa a un lado para dejar que sea el turbo el que se encargue de empujar los pistones.
Habiendo probado el Volkswagen Polo GTI en un momento de distracción de Roger, no esperaba grandes sorpresas en el pequeñín de Audi. Se trata de un propulsor que sube de vueltas de forma endiablada, que exige tratar con mimo el acelerador si se quieren hacer tiempos con él, porque a poco que te descuidas el eje delantero encuentra ciertos problemas para digerir tanto nervio.
La rapidez del cambio s tronic de 7 marchas (alias DSG para el resto de marcas del grupo) juega a nuestro favor, ya que hace que las transiciones sean inmediatas al subir marchas y tremendamente rápidas al reducir.
Asociado indisolublemente a este motor, el juego de dos embragues en seco sigue sin alcanzar el nivel de refinamiento del que hacen gala las variantes con embragues en baño de aceite, diferencia que se percibe más bien a ritmo urbano que con el cuchillo entre los dientes.
No fue esa última mi filosofía de vida durante los casi 1.600 km que rodé con él, de ahí que los 8,1 l/100 km de gasolina que consumió de media puedan considerarse bastante razonables.
No sé si sigue habiendo gente que reniegue de los coches pequeños con potencias altas. En cierto modo, los argumentos esgrimidos antiguamente no eran descabellados, sobre todo porque, especialmente en cualquier tracción delantera, bastante trabajo tiene ya la transmisión repartiendo su trabajo en dirigir y traccionar como para encima aportarle una sobredosis de adrenalina.
En el Audi A1, como en cualquiera de sus congéneres de cotas y potencias similares, la todopoderosa electrónica aparece rauda para domesticar el caballaje allí donde sus enormes y radicales neumáticos, unos GoodYear Eagle F1 225/35 en llanta 18 opcionales junto con la suspensión deportiva S line (la monta de serie, 215/40 R 17, parece algo más razonable) no dan ya más de sí, lo cual sucede tan a menudo como se quiera si no se es cuidadoso con el pie derecho.
Ahora bien, si se aprende a ser paciente a la hora de acelerar, con tan poco perfil y con una suspensión y dirección muy bien trabajadas (es lo que tiene invertir en el paquete S line), el guiado del pequeño alemán en curvas es ejemplar.
Es preciso en extremo, pero con la dosis justa de docilidad para que no te delate cualquier pequeño cambio de opinión en mitad de una trazada. Y tampoco es un sieso, porque la gente de Audi ya se ha preocupado de conseguir que, a poco que fuerces las cosas con una cierta intención, el eje trasero comience a decir “ésta es la mía” y se apunte a cualquier bombardeo al que le invites.
Una de las sorpresas que me llevé al conducir el Audi A1 con la carrocería de 3 puertas es que, a pesar de lo contenidas que son sus dimensiones (éste y el Sporback miden lo mismo: 3.954 mm), la vida a bordo fue de lo más placentera.
Lógicamente, pasé más tiempo sentado frente al volante que dejando que alguien me hiciera de chófer, por eso las plazas que me tienen especialmente maravillado son las delanteras.
Esos asientos de auténtico lujo que equipan las versiones Ambition (entiéndase: no butacones “a lo Volvo”, sino de los que te sujetan con un tacto tan sólido como amable) bastarían por sí mismos para puntuar el interior con un 10, por lo rápidamente que uno se siente en simbiosis con el coche.
Pero es que además, el aspecto y las sensaciones al tocar cualquier panel o mando que esté a tu alcance son de auténtico sobresaliente. Y desde luego tiene detalles que ayudan a justificar, al menos un poco, qué tiene de familia rica este coche: un ejemplo sería la iluminación interior con tecnología de LED (de serie en este 1.4 TFSI de 185 CV), y otro las dos luces para iluminar su pequeño maletero (sus 270 litros superan los 160 litros del Mini, pero siguen siendo escasitos), cuando en el Audi A3 sólo hay una…
Hasta ahora, todo esto es aplicable a las dos carrocerías del A1, lo cual podría hacer pensar que la aportación A1 Sportback no va más allá de la practicidad de las dos puertas posteriores. Pues si hacemos caso a las mediciones de Audi, resulta que detrás la cota de altura mejora en 11 mm, pese a lo cual sigue siendo bastante justa.
Por otra parte, en esta carrocería la marca ha dispuesto para nuestro mercado 3 plazas de serie. Tres adultos irán estrechos, pero al menos todos tendrán su correspondiente cinturón y apoyacabezas.
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Audi volvió a hacer coches pequeños desde hace relativamente poco tiempo y, sin embargo, cualquiera diría que lo lleva haciendo toda la vida. Además parece que en Ingolstadt estaban muy seguros de sí mismos porque, al contrario que BMW, que compró la marca Mini para que su escudo no se viera mezclado en segmentos excesivamente populares, los cuatro aros parece que no pierden lustre en el frontal de un automóvil claramente urbano.
O quizá no tan urbano, porque con motores como este 1.4 TFSI 185, lo mismo te da ir a comprar el pan que cruzar los pirineos o, ya que estás, acercarte a Bavaria a preguntar a quién se le ocurrió la idea, y por qué tardaron tanto.
Sí, el Audi A1 me gusta. Quizá no tenga el glamour vintage del Mini, pero respira modernidad por los cuatro costados y, además, es un coche para todos los públicos, incluida esta versión deportiva.
¿Que tienes que pagar un mínimo de 28.700 euros por un coche de menos de 4 metros? Pues parece un importe muy alto el que piden por este capricho, pero al menos cuando estás montado en él, ya sea parado o circulando, la sensación es de que tienes entre manos un coche de los grandes.
