Prueba realizada por Gaby Esono
Cuando Renault lanzó el primer Clio, allá por el lejano 1990, un servidor aún era un ávido lector de revistas de coches que no tenía edad para conducirlos. Además, por aquellas cosas de la tradición familiar, es decir, por el coche que conducía mi padre, mis preferencias personales iban hacia otra marca.
Sin embargo, en una ocasión mis amigos –por llamarlos de alguna manera…- sabiendo de mi conocimiento/obsesión por el mundo del automóvil, me preguntaron como tantas otras veces me ha sucedido después qué coche me compraría si tuviera todo el dinero del mundo. Aún hoy, dos décadas después, se burlan de mí por la respuesta que les di aquel día, que probablemente fuera noche: un Renault Clio 16V.
Se podría decir que ese coche me ha marcado para toda la vida. Y eso que sólo he tenido ocasión de conducirlo en una ocasión. Dos, si contamos los 20 metros que separaban de un taller donde trabajé el Renault Clio Williams de un cliente.
Pero mi historia personal no tiene nada que ver con la del heredero del mítico R5. El Clio supuso una clara ruptura con el pasado de la marca francesa, que no solo comenzó a abandonar definitivamente los números para denominar a sus modelos, sino porque iniciaba una nueva generación de vehículos de aspecto y planteamiento, en general, más moderno (basta con recordar el primer Twingo…).
De aquello han pasado ya más de dos décadas y Renault ha dado algún que otro giro estético y conceptual desde entonces, con más o menos acierto. Y, a pesar de que la marca ha mantenido unos niveles de ventas más que aceptables, coyunturas económicas al margen, lo cierto es que, en el caso concreto del Clio, la tercera generación no les había rentado como esperaban.
Por eso en esta ocasión se pusieron en manos del diseñador holandés Laurens van den Acker, que aterrizó en Renault en 2009 para darle una vuelta a los diseños de la marca y, tras ejercicios de estilo como el DeZir (del cual es heredero este Clio) o el Captur (cuyo nombre se ha aprovechado para el crossover derivado de la plataforma del utilitario), se puede decir que la Régie, esta vez sí, parece haber dado en el clavo.
Y falta le hace, porque el segmento de los polivalentes está experimentando una pujanza notable en los últimos tiempos, aunque los protagonistas siguen siendo principalmente los mismos, como el SEAT Ibiza, el Ford Fiesta, el Volkswagen Polo y, cómo no, sus paisanos y archirrivales el Citroën C3 y el Peugeot 208.
Renault, de toda la vida, ha sido una marca popular. Su forma de hacer coches, bien equipados, cómodos y con motores en general sin grandes pretensiones pero casi siempre suficientes para un uso convencional, ha sido una fórmula que le ha funcionado bastante bien.
El Renault Clio con el motor 0.9 TCe de 90 CV sería un caso paradigmático de esa afirmación, aplicada lógicamente a la tendencia actual. Es decir, la búsqueda del difícil equilibrio entre un nivel de prestaciones aceptable y unos consumos y emisiones lo más aquilatados posible. Ello explica la proliferación de pequeños bloques de 3 cilindros y menos de 1 litro de cilindrada (el H4Bt 400, código interno del TCe 90, incluso menos: 898 cc), a los que se ponen a tirar de carrocerías que, afortunadamente, son cada vez más ligeras. Con este propulsor, Renault declara en el Clio 1.090 kg en vacío, lo cual no está nada mal.
La firma francesa ha preferido la sencillez de un turbo de baja inercia y una culata multiválvula sin más, ya que al fin y al cabo resulta más barato (y probablemente más robusto a largo plazo) que elaboradas distribuciones variables, alimentaciones de inyección directa y funciones overboost de las que hace gala por ejemplo el 1.0 Ecoboost de Ford, auténtica referencia entre los de su clase. Frente a éste, los 90 CV de potencia a 5.250 rpm y 135 Nm de par a 2.500 rpm quedan un tanto justos, y al Clio le cuesta ganar velocidad.
Tienes que estar muy atento al cambio de marchas, manual de 5 velocidades y de tacto más suave y menos preciso de lo deseable, si quieres mantener un ritmo alegre en carretera con un cierto tráfico. Eso, y tener muy presente la tecla ECO (de serie en el acabado Dynamique; 49,59 euros en el Expression) oculta en la consola central al lado de la palanca del cambio, junto al interruptor del regulador/limitador de velocidad. Con esa función activada, el escaso nervio del motor se ve además afectado por una programación desarrollada para reducir los consumos, lo que también redunda en una merma de prestaciones. La diferencia de respuesta no es mucha, pero se nota.
¿Merece la pena? Pues, si tienes claro que lo que buscas es consumir poco, está claro que sí, porque el Renault Clio TCe 90 nos ha regalado un consumo de 5,9 l/100 km, el segundo más bajo que hemos registrado en un motor de gasolina, después del que obtuvimos en la prueba del SEAT Mii (otro tricilíndrico, pero atmosférico), aunque éste no contaba con el suave y eficaz sistema Stop&Start que sí equipa el modelo francés.
Por otra parte, Renault ha ajustado el bastidor de forma bastante coherente a las prestaciones de este motor. El Clio es un coche muy, muy cómodo, pero sin llegar a la excesiva suavidad de un Citroën C3, por ejemplo. Tampoco llega, sin embargo, a la agilidad del Peugeot 208. De hecho, si tratamos de buscar los límites, el perfil alto de los neumáticos genera ciertas imprecisiones en la trayectoria antes de que el control de estabilidad ESP entre en acción, lo que resta un punto de confianza.
La comodidad que comentaba en el apartado anterior como una característica más del Renault Clio cuando se conduce, se convierte en su principal virtud cuando compartimos el viaje. Los tarados de suspensión están muy bien trabajados, el motor es muy refinado para ser un tricilíndrico, y también silencioso (a alta velocidad lo que más se percibe es el aire). Es uno de esos coches en los que, si lo tuyo es ir con la calma, apetece moverse.
Es además, bastante habitable, tanto en las plazas delanteras como, especialmente tratándose de un utilitario del segmento B, en las posteriores. El maletero, con 300 litros de capacidad, cumple bien su cometido, pero sigo resistiéndome a aceptar el escalón que ya casi todos dejan cuando se pliegan los asientos o, mejor dicho, la banqueta.
Otra cosa a mencionar es que Renault ha jugado una baza de sobra conocida entre los compactos, pero no tan común entre los polivalentes urbanos como el Clio. Y es que el pequeño francés sólo está disponible con carrocería de 5 puertas, bien la berlina que ves en las fotos, o el familiar Sport Tourer.
La marca explicó en su momento que el volumen de ventas de la carrocería de 3 puertas no justificaba su desarrollo, ni siquiera para vestir a la versión R.S. que, como el resto, se conforma con disimular los tiradores de puerta en el montante, como el anterior SEAT León o el actual Alfa Romeo Giulietta, para compensar con un cierto aspecto deportivo esta carencia.
Ahora ya es una cuestión de cada uno valorar si la pinta de este Clio es suficientemente deportiva. Para mí, sí, y ello sin dejar de ser práctica.
Por dentro, sin embargo, a pesar de que el espacio conseguido es de lo mejor del segmento, no me han convencido el aspecto de los plásticos más a la vista, especialmente el diseño de la consola central, que sobresale del salpicadero para permitir un mejor manejo del dispositivo de audio y los mandos de la climatización.
Es un punto muy positivo que el sistema de infotenimiento (radio con manos libres y navegador), desarrollado por LG, esté disponible de serie desde el acabado intermedio Expression, pero su funcionamiento no me convenció.
Por poner un ejemplo, la pantalla –táctil- sólo permite usar una función en cada momento, de manera que si estás llamas por teléfono no puedes ver el mapa.
Me quedé con las ganas de probar el sistema multimedia R-Link, opcional en el acabado Dynamic de la unidad de prueba, y ver cómo se puede conducir con seguridad e interaccionar con redes sociales.
El Renault Clio me gusta mucho por fuera, aunque esta versión, de temperamento más bien tranquilito, no transmita al conducirlo las sensaciones que uno espera de una silueta tan lograda. Habrá que esperar a probar variantes más prestacionales.
Otra cosa que me ha encantado es que, al buscar la rueda de recambio, me he encontrado con una de las mismas medidas que el resto.
Vale que no estaba protegida bajo el piso del maletero, sino expuesta en los bajos del coche como antiguamente; de acuerdo que de los eficientes Continental ContiEcoContact montados en las llantas de aleación se pasa a un Barum sobre llanta de chapa; y hasta acepto que sea una opción (a pesar de que los 82,64 euros que cuesta me parecen muchos).
Sin embargo, es toda una tranquilidad con la que ninguna rueda de emergencia, ni mucho menos un aún más barato kit antipinchazos puede competir.
Manías personales aparte, que cada uno tendrá las suyas, lo que más me ha sorprendido del Clio ha sido su comodidad y, de este motor en concreto, su gran sobriedad. Y ya sé que he dicho que no desarrolla unas prestaciones brillantes, pero en autovía a poco que te lo propongas también puedes perder la mitad de los puntos con una sola foto…
Me habría gustado un comportamiento al límite más predecible. Aun confiando a ciegas en los sistemas de asistencia a la conducción (qué remedio, porque raro es el coche que permite desconectarlos por completo), hay cosas que éstos no pueden hacer por ti.
Como el bastidor va sobradísimo con este propulsor, el tope de adherencia lo ponían los neumáticos, que en determinadas circunstancias, forzándolos mucho, tiraban la toalla de una forma un tanto abrupta. Un cambio más preciso también sería de agradecer, más que nada porque es necesario recurrir a él con frecuencia si se quiere llevar un buen ritmo.
Ciertos detalles de acabado tampoco me han acabado de convencer. El marco cromado del cuadro de instrumentos te deslumbra con ganas a poco que el sol esté bien orientado, o los bordes de la tapa central del volante, de plástico, no son redondeados y no resulta agradable rozar la mano con ellos (claro que si lo haces significa que no estás cogiendo el volante de forma adecuada).
Un Renault Clio TCe 90 S&S con el acabado Dynamique, el mismo de esta prueba, sale de partida por 15.600 euros, más los 326,45 euros de la pintura metalizada (409,09 euros la pintura especial).
En ese precio se incluye un equipamiento muy completo, que va desde el navegador “sencillo pero suficiente” al volante forrado en piel, pasando por las llantas de aleación de 16 pulgadas o la tecla ECO mode.
Además, con este acabado Renault despliega un amplio abanico de posibilidades de personalización: tres tipos de ambiente interior y otras tantas tapicerías a elegir, seis packs “look interior” con diferentes colores para la zona central del salpicadero y molduras (144,63 euros), tres tipos de adhesivos para el techo (247,93 euros) o cinco packs “look exterior” con diferentes combinaciones de colores (165,29 euros).
E incluso hasta seis llantas de aleación, de 16 o 17 pulgadas, sorprendentemente por el mismo precio que cuesta la rueda de repuesto, 82,64 euros.