Prueba realizada por Gaby Esono
Los coches americanos son diferentes a los europeos. Ford lo entiende bien, porque la gama que despliega en su país de origen tiene bien poco en común con la que tenemos aquí, aunque también es cierto que pasa bastante desapercibido que cada vez más modelos comparten un buen número de componentes a un lado y otro del Atlántico.
No es el caso del Ford Mustang Convertible 2.3 Ecoboost de esta prueba. Es la primera vez, desde la primera generación lanzada en 1964 (mira tú por dónde, la misma edad que el Porsche 911) que la firma del óvalo se decide a traerlo de forma oficial a Europa y, muy sabiamente, han optado por retocar lo justo su emblemático pony car. Lo más evidente, el soporte para poner la placa de matrícula delantera, junto con los faros de día integrados con los antiniebla, pilotos traseros transparentes, antiniebla trasero enmarcado en por las luces de marcha atrás, en el difusor, y espejos retrosivores con diseño específico, plegables eléctricamente y calefactables.
Lo menos, tal vez, unos ajustes de suspensión específicos. Es decir, más duros, porque aquí tenemos más curvas.
El Mustang, en cualquier caso, es un deportivo 100% americano, con sus 4,5 metros de largo, enormes cantidades de robusta chapa lo mires por el ángulo que lo mires y, sobre todo, una presencia impresionante, de las de dislocar cuellos por la calle. Si encima es descapotable y amarillo, no te quiero ni contar. Y todo por unos 50.000 euros, que lo convierten en uno de los coches con mejor relación precio/apariencia del mercado.
Ahora de lo que se trata es de saber si toda esta fachada tiene su justa correspondencia sobre el asfalto.
Abro la puerta y me siento dentro. Pulso el botón Power y espero hasta que el motor de arranque ha hecho su trabajo. Escucho, me emociono y sonrío.
Más o menos ésta fue la secuencia de acontecimientos la primera vez que me subí al Ford Mustang Convertible. Al ser un coche que viene del otro del charco, mis referencias anteriores tenían más que ver con el icono que representa el caballo al galope de su parrilla, que con sus verdaderas cualidades. Pues he de decir que la primera parte la realidad superó las expectativas con nota.
Y es que la primera misión de un coche así, tan llamativo, rozando la estridencia de fábrica si lo elegimos con este color, ha de ser la de emocionar a quien se monta en él, y éste lo hace de inmediato. Pasados los primeros segundos, inserto la primera velocidad de su, oh sorpresa, cambio manual, y de nuevo otra sorpresa: tacto duro, varonil, no apto para pusilánimes que estrechen la mano mustia.
Algo parecido sucede con el tacto de los pedales, quizá no tan exagerado, o tal vez es que todavía me queda algo de la fuerza de piernas de mis tiempos de futbolista. No sé. Lo que sí tengo claro es que las sensaciones que me aportará este coche durante toda la prueba serán poco habituales, por auténticas, por limitar los filtros al mínimo imprescindible.
Y eso tiene que ver con la dirección también, por supuesto. Su rigidez tiene algo que ver con la asistencia hidráulica, pero también con el hecho de que sobre una parte no menor de sus 1.600 kg de peso se apoya sobre los neumáticos delanteros 235/45 R 19. Esto tiene una parte buena, que es que te hace sentir que estás conduciendo de verdad, y otra mejor, puesto que te exige dar de ti mismo más de lo que lo hacen la mayoría de deportivos alemanes. Ya he dicho antes que America is different.
Esto, en cualquier caso, no tiene que ver con la eficacia en curva, una faceta en la que el Mustang sí cede terreno de forma notable. No en vano, el peso es el que es y cuando uno intenta meter ese alargadísimo morro en el vértice de cada curva, se requiere un punto de paciencia suplementaria, entrar más despacio de lo que uno lo haría por instinto, y salir según el estado de ánimo del día… La tracción trasera te dará todo lo que le pidas, con menos tendencia al exceso de lo que me temía, diría yo, para tranquilidad de algunos y disgusto de muchos, a los que ya os anticipo que el Mustang GT es lo que de verdad estáis buscando.
Y es que para hacer realidad el baile del eje trasero Ford, en nuestro mercado Ford pone a nuestra disposición dos motorizaciones. El 5.0 V8 del GT, con 422 CV, para que nadie ponga en duda de qué tipo de coche estamos hablando, y este 2.3 Ecoboost, que a pesar de contar con menos de la mitad de cilindrada entrega unos nada modestos 317 CV de potencia a 5.600 rpm y 434 Nm de par, resultado de una sofisticación técnica mucho mayor.
Puede que la familia Ecoboost te suene porque su ejemplar más modesto, el 1.0 Ecoboost de tres cilindros, ha sido el único en ganar varias ediciones seguidas el premio al Motor del Año en los Engine of The Year Awards. El tetracilíndrico del Mustang Convertible comparte con su hermano pequeño combinación tecnológica, en la que la inyección directa de combustible y la sobrealimentación con turbo integrado en el colector de escape se alían con la distribución variable en las válvulas de admisión y escape para aunar buen rendimiento con unos consumos relativamente contenidos.
El resultado en este coche es bastante equilibrado, porque ofrece unas buenas prestaciones aunque sin llegar a deslumbrar, y los 11,2 l/100 km que arrojó durante la prueba van en sintonía con los 8,5 l/100 km que Ford ha homologado para este cabrio.
Ford se ha ocupado de decorar a conciencia el interior de su Mustang, que está plagado de guiños a su historia, empezando por la placa del salpicadero que nos recuerda a todos que en 1964 ellos ya tenían claro cómo debía hacerse un coche para lucir y divertirse a un precio -relativamente- accesible.
Desde luego, el interior no deja la menor duda del orgullo que sienten por la marca Mustang, y por ello la cuidan con esmero. Buenos acabados en general, al menos a primera vista, sólo deslucidos por detalles como la pantalla táctil del navegador, la misma que ya parece pequeña en un Ford Focus o un Ford Fiesta, o las tapas de plástico que cubren las articulaciones el sistema de plegado del techo, que se tienen que retirar antes de maniobrar con él -ponerlas de nuevo no es tarea sencilla- y corren serio riesgo de romperse con el primer descuido.
Peros aparte, el puesto de conducción está muy bien conseguido, con unos asientos delanteros de piel climatizados que sujetan razonablemente bien y unos traseros que bueno, no dan para muchas alegrías, aunque se entiende que mantener unas proporciones similares a las del modelo que inició esta saga obliga hacer algunos sacrificios.
Me encanta que este coche sea tan fiel a sí mismo como aparenta. El empeño de las marcas por ofrecernos deportivos hechos buscando la excelencia tecnológica permite valorar más este tipo de creaciones, en las que uno podrá discutir si son más eficientes o más eficaces que los perfectos coupés y descapotables teutones de altas prestaciones, pero no que ofrece unas sensaciones mucho más vívidas desde el primer kilómetro.
Lo que es una ventaja también resulta ser el hándicap del Ford Mustang Convertible. No en vano, estoy seguro de que más de uno desearía tener un coche de puro sabor americano en apariencia, pero que fuera más neutro en sus reacciones, más aséptico en definitiva. Pero entonces, no sería un Mustang, ¿no crees?
El Ford Mustang Convertible 2.3 Ecoboost con el cambio manual cuesta de partida 43.500 euros (3.000 euros más con el cambio automático), a los que se pueden añadir los 1.400 euros si te has enamorado del color amarillo Sport Especial de la unidad que ves en las fotos o los 2.700 euros del Paquete Premium (tapicería de piel negra, asientos climatizados, llantas de 19 pulgadas, navegador y sistema de audio con 12 altavoces). Poco más, aparte de la alarma (400 euros) o las llamativas franjas negras que recorren el capó y la trasera del coche (500 €).
Dicho de otra forma, es el coche que ofrece una mejor relación precio/apariencia del mercado. Y además te lo puedes pasar de lo lindo conduciéndolo. Ford ha tardado en traerlo aquí, pero la espera ha merecido la pena.