Prueba Audi Q7 4.2 TDI quattro Ambition: mirando por encima del hombro

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Prueba realizada por Gabriel Esono

El Q7 es ya un veterano entre los grandes SUV de lujo del mercado. Presente en el catálogo de Audi desde el año 2006, supuso la primera y bastante tardía incursión de la firma de los cuatro aros en un segmento que sus principales rivales alemanes, BMW y Mercedes-Benz, ya tenían por la mano, como demostraron con sus respectivos X5 y Clase M.

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Puede que por ese motivo, cuando en Ingolstadt apostaron por crear un coche con aspecto de todoterreno y calidades de berlina de representación, optaron por ir un paso más allá que sus paisanos. Con más de 5 metros de longitud y capacidad para 7 pasajeros, no dejaban duda de que sí, era un coche europeo, pero que se había desarrollado pensando en la devoción del público americano por devorar lo que sea a lo grande, no importa si está hecho de vaca triturada o sea un amasijo de metal y derivados diversos del petróleo.

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De esta manera, el Audi Q7 evitaba un enfrentamiento directo con su primo el Volkswagen Touareg y de paso se convertía en el primer SUV europeo de marca premium que rivalizaba en serio, al menos por tamaño, con monstruos americanos como el Cadillac Escalade o el Jeep Commander. La exclusividad le duró más bien poco, porque unos meses después era el Mercedes-Benz Clase GL el que entraba en escena con parecidos argumentos. Pero la primera piedra ya estaba lanzada, y sin ninguna intención de esconder la mano.

Las credenciales que presenta el Audi Q7 son, en cualquier caso, las que cabe esperar del coche de mayor volumen que jamás haya fabricado la firma de Ingolstadt, a saber: un refinamiento a la altura de su buque insignia, el A8, combinado con el atractivo de una carrocería elevada, cual todoterreno que aparenta ser. Ha quedado muy claro que este tipo de automóvil le encanta a la gente, independientemente de que hayan pisado barro alguna vez en su vida o no, de modo que habría sido de tontos no ofrecérselo.

Pero nosotros no somos todo el mundo, así que nos arremangamos los pantalones para poder darte una visión más completa de un coche que quizá no esté pensado pasear por el campo, pero ya te digo ahora que las virtudes que atesora consiguen que se le disculpe casi todo.

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La importancia que se le da al equipo propulsor cuando se habla de automóviles del segmento premium, aun siendo mucha, tengo la impresión de que es bastante menor que el esfuerzo que tienen que hacer las marcas para conseguir un resultado satisfactorio.

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Por un lado, tienen que hacer gala de un cierto poderío cuando se hace uso del pedal derecho, aunque se trate de una versión de acceso. Por el otro, es fundamental que se note lo menos posible que delante de los ocupantes hay miles de explosiones por minuto. Ni ruidos, ni vibraciones, que por algo se está pagando un importe considerable.

Hace ya alguna que otra década que los fabricantes de lujo se están atreviendo a montar motores diésel en sus modelos de mayor alcurnia. Al principio, parecía todo un contrasentido que una mecánica de este tipo, humeante, sonora y con afán de protagonismo acústico, tuviera cabida bajo el capó de una berlina de representación.

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Pero eso se acabó. La paulatina implementación de los turbocompresores primero, la gestión electrónica después y la inyección directa en último lugar, ha allanado el camino de los “TDI”, “d” a secas, “CDI”, “HDi” y otros sucedáneos, que ahora se miden contra los gasolina en igualdad de condiciones e, incluso, como en este caso, en igualdad de cilindros.

Porque el bloque del Audi Q7 4.2 TDI quattro se vanagloria de repartir entre ocho cilindros sus 4.134 cc de capacidad, sobrealimentados mediante un turbo de geometría variable. Con la inyección directa diésel trabajando a una presión máxima de 2.000 bares, más el trabajo realizado hace un año para reducir las fricciones, este motor alcanza en su última evolución 340 CV a las tradicionales 4.000 rpm.

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Esta cifra de potencia, aun siendo elevada, impresiona algo menos que la que de verdad define la forma de moverse del SUV gigante de Ingolstadt. Los 800 Nm que soporta el cigüeñal entre 1.750 y 2.750 rpm hablan por sí solos, y permiten entender que una masa de 2.450 kg sea capaz de desplazarse a 100 km/h después de haber arrancado en parado en apenas 6,4 segundos. ¿Quieres una referencia? Pues resulta que es medio segundo más rápido que un tal Volkswagen Golf GTI.

Al disponer de una cifra de par tan elevada, las recuperaciones rayan a un nivel que puede dar incluso miedo, a pesar del buen aislamiento del entorno realizado en la carrocería. Además, ello también ha permitido montar la nueva caja de cambios automática tiptronic de 8 relaciones, muy rápida, de transiciones prácticamente imperceptibles y con una última marcha lo suficientemente larga como para alcanzar sin problema la velocidad máxima de 242 km/h. No me preguntes por qué lo sé.

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Al hablar sobre los consumos de uno de estos coches capaces de mirarte por encima del hombro, es fácil caer en el tópico de que quien se puede gastar el dinero en un Audi Q7, no está preocupado por lo que le vaya a costar el kilometraje diario. Probablemente sea una verdad a medias, así que no está de más comentar que, a pesar de que Audi declara para el Q7 4.2 TDI quattro una media de 9,2 l/100 km, nosotros no hemos conseguido bajar de los 12,4 l/100 km en los 805 km que nos dio tiempo a hacerle. Parece un valor razonable, teniendo en cuenta lo que corre, pero uno no puede dejar de preguntarse algunas veces si compensa sentir tanto poderío bajo el pie derecho. Al fin y al cabo, se puede optar a valores de potencia más razonables por menos dinero y te ahorras unas cuantas paradas junto al surtidor.

¿Por qué será que estas preguntas surgen siempre cuando estoy sentado frente al teclado y nunca cuando estoy al volante?

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¿Cómo se pueden combinar prestaciones de deportivo con lujo de altísima gama? ¿Hay una fórmula para que un coche con altura de todoterreno no tiemble ante el primer par de curvas enlazadas que se encuentre?

La verdad es que después de haber probado unos cuantos 4×4 de lujo, este tipo de cuestiones están un poco de más. Aunque cada marca tenga su propio estilo a la hora de configurar el comportamiento de su coche, los resultados que me suelo encontrar en la mayoría de los casos son francamente satisfactorios.

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El Audi Q7 sería uno de ellos. En primer lugar, porque a pesar de ser uno de estos automóviles que juega a dos bandas, no oculta su preferencia por el asfalto, ya que la ausencia de reductora marca claramente el camino que no hay que seguir con este coche si la pista se bifurca. A pesar de que la tracción total permanente quattro cuenta con las diferentes ayudas electrónicas de rigor, cuando las ruedas empiezan a descolgarse llegan los problemas y se le quitan a uno las ganas de emular a Edurne Pasaban.

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Así que vuelvo a la carretera, su entorno natural, y ahí el panorama cambia radicalmente. El comportamiento sorprende por la nobleza con la que se ha logrado contener el elevado tonelaje del Q7. Desde luego, la suspensión neumática adaptativa, de serie en esta versión, tiene gran parte de culpa de ello y, por momentos, uno puede llegar a olvidar que son más de 5 metros de coche lo que está conduciendo.

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Con una batalla de 3 metros y una anchura de casi 2 metros, está claro que lo suyo son las vías abiertas, un ambiente en el que es difícil encontrar un rival que aúne con tan ajustado equilibrio como este SUV premium la solemnidad de una pisada firme con una pizca de dinamismo.

Es muy recomendable, sin embargo, estar muy atento y seguro de lo que se está haciendo cuando se van a buscar los límites del Audi Q7. El diferencial central es mecánico, de modo que según actúes tú reaccionará él. Los técnicos de Audi lo han tarado para que en condiciones ideales reparta el par en ambos ejes con una proporción 40:60, pero para que pueda llegar hasta el 65 por ciento delante o, aviso a navegantes, el 85 por ciento atrás…

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El nivel de perfección que han alcanzado los fabricantes de este tipo automóviles hace que la evaluación de aspectos como el interior se defina en pequeños detalles.

Un coche de lujo puede tener un motor extremadamente potente y un comportamiento impecable en toda circunstancia, pero a partir de ciertos niveles de tamaño y precio, nada de esto sirve si no se adereza con un mimo exquisito a sus ocupantes, no importa si son dos, cuatro o, como es este caso, hasta siete.

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En este sentido el Audi Q7 no tiene gran cosa de qué preocuparse. El ajuste de los componentes en su habitáculo es perfecto, lo mismo que el tacto de mandos y teclas, que son suaves pero firmes. Los materiales también son de los que uno se llevaría de muestra a un decorador de alto standing, de modo que hasta aquí el SUV de Ingolstadt cumple con el papel esperado.

Tampoco hay pegas en lo que se refiere al puesto de conducción, ergonómicamente perfecto y que, con los impecables asientos de cuero-Alcantara con regulación eléctrica, de serie con el acabado Ambition, yo lo calificaría de 8. ¿Dónde pierde el par de puntos? Uno se queda en la impresión que causa el salpicadero, cuyo diseño acusa el paso del tiempo, sobre todo si se compara con la limpieza de líneas de que hacen gala los nuevos Audi A6 y Audi A8. Y otro se lo come la sonoridad, que sin ser excesiva en términos absolutos, es mayor de lo deseable en un coche de este porte.

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Si echamos un ojo a las plazas posteriores, la segunda fila de asientos es propia de una berlina de gran lujo. Lógicamente, con cinco metros de largo y casi dos de ancho no era de esperar ningún tipo de apreturas, y aun menos si se monta la regulación longitudinal (un recorrido de 100 mm a cambio de 205 euros), pero el que vaya sentado en el centro podría sentirse discriminado, porque su plaza es algo menos acogedora.

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Es, en cualquier caso, más habitable que los dos pequeños asientos reservados para imprevistos, que los chicos de Audi te ocultan bajo el piso del maletero previo pago de algo más de 1.265 euros. Acceder a ellos no es difícil, como tampoco lo es pasar en ellos un ratito, pero está claro que si se pasa una encuesta los que viajen en ellos harán bajar la media en una valoración general muy positiva. Por eso, si no es estrictamente necesario, mejor no enseñárselos al entrenador del equipo de hockey de tu hijo y disfrutar de la caverna en forma de maletero que tiene.

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Las marcas de lujo son las que mejor saben jugar con el punto emocional a la hora de vender su producto. Eso explica que sean capaces de exponer en sus concesionarios vehículos de más de 100.000 euros sin ruborizarse.

Saben que, en un momento u otro, llegará un cliente a quien le bastará ver el símbolo del frontal para extender un cheque, dando por supuesto que lo todo lo que está detrás de cuatro brillantes aros vale realmente el importe escrito sobre su firma.

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¿Vale este Audi Q7 4.2 TDI quattro los 88.550 euros que cuesta de serie? Pues lo siento, pero no tengo la respuesta. Porque por 24.000 euros menos tienes prácticamente lo mismo renunciando, eso sí, a 95 CV de nada con el 3.0 TDI. Y por encima, Audi te propone un V12 TDI de 500 CV por 153.950 euros que hacen parecer modesto al sobrado V8.

Visto así, quedarse con esta versión casi parecería una compra racional, más que pasional. Mira que son listos estos alemanes…

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