Prueba BMW M6 Cabrio: el otro significado del verbo acelerar

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Prueba realizada por Roger Escriche

Ya sabemos lo que pasa cuando se coloca una M delante de un modelo de BMW: que nos topamos con un motor atmosférico de altísima capacidad de giro con una cilindrada relativamente contenida, enormes dosis de potencia, un chasis impecablemente puesto a punto y la garantía inequívoca de vivir sensaciones al volante, y muchas.

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La filosofía de la división deportiva de la firma bávara es la de fabricar vehículos que no supongan una ostentación excesiva, pero en el caso del BMW M6 hay que decir claramente que no lo han conseguido: es completamente imposible pasar desapercibido. No hay manera por más que se intente, y mucho menos si se nos pasa por la cabeza pisar el acelerador con energía.

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Los rivales para esta bestia estética son escasos, y lo son principalmente porque han de cumplir con dos requisitos básicos que además tienen que encajar perfectamente entre sí: ser un vehículo de auténtico lujo, y por lo tanto susceptible de ser conducido cómoda y relajadamente por un señor de 75 años de edad con problemas cardiovasculares y artrosis, y a su vez ser un deportivo de altísimas prestaciones con potencias que ronden el medio millar de CV.

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Oferta la hay, tanta como disparidad de precios. En este elitista segmento encontramos básicamente capotas de lona, como reclaman los puristas del género. La producción limitada del Alfa Romeo 8C Spider cuenta con un motor V8 de 450 CV y frenos carbocerámicos de serie, mientras que el Aston Martin DBS Volante monta un motor V12 de 6.0 litros con 510 CV y 200 kg menos de peso que el BMW M6.

En Mercedes-Benz las cosas por estos lares suelen ser a lo grande, por algo las siglas SL son tan históricas. El SL 63 AMG Roadster monta un V8 que entrega 525 CV, aunque cuesta 25.000 € más que el BMW M6, por no hablar del SL 65 AMG con motor V12 de 612 CV, que se dispara más allá de los 200.000 €.

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Hay dos ejemplares más que están todavía aterrizando, mientras el M6 aguarda ya una nueva generación. Con un talante más agresivo que el modelo de BMW, en Audi se prepara el nuevo R8 V10 Spyder con 280 kg menos de peso, 525 CV, tracción a las cuatro ruedas y frenos carbocerámicos por lo menos como opción. Por otra parte, encontramos el nuevo Maserati GranCabrio, que montará el propulsor V8 de 4.7 litros con 433 CV y, cómo no, una capota de material textil.

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En resumen, una competencia con dietas de adelgazamiento por lo general más estrictas que la del BMW M6 y un enfoque todavía más racing aunque sólo sea a base de opciones como los frenos cerámicos. Veremos qué argumentos aporta el descapotable de BMW para superar estas pequeñas desventajas.

Aunque sólo sea mera curiosidad, también están los fabricantes americanos, tan amigos de los cilindros de tamaño desorbitado. Por ejemplo, el Corvette C6 descapotable monta un motor V8 de 6.2 litros y 437 CV, pero el súmmum del supersizing es sin duda el venerable V10 de 8.4 litros y 600 CV del Dodge Viper SRT10 Convertible. Aquí la tradición europea de BMW ni se huele.

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