Sin embargo, cualquier producto que es producido en serie, por pequeña y artesanal que esta sea, y por muy personalizados que estén sus acabados, corre el riesgo de ser «uno más». Esa certeza es la que, con toda probabilidad, movió a Afzal Kahn, su actual propietario, a conseguir el Veyron más caro del mundo.
Lo que lo que incrementa su precio, que no su valor, no es ni la calidad de la piel del interior, ni su equipo de sonido, ni la especial pintura blanca nacarada de su carrocería. Lo que hace que haya merecido pagar la factura es la matrícula, que cuenta con los evocadores dígitos «F1». Dicha placa es la más cara que se haya vendido nunca en el Reino Unido, donde uno puede elegir las cifras de la misma, previo pago del precio establecido, naturalmente.
Tal es el montante final que su propietario no lo ha publicitado. Ahora bien, por mucho interés que tenga en mantener este coche como uno de sus preferidos dentro de su probablemente extensa colección, Kahn estaría dispuesto a vender el Bugatti Veyron, matrícula incluida, a su «justo precio».