El primer McLaren P1 de las 375 unidades que está previsto que sean construidas salió a finales de septiembre de la cadena de montaje para que su acaudalado, afortunado y británico propietario disfrute de él, si es capaz. Y es que este aparato, convertido en mito antes de nacer, presume de unas prestaciones al alcance de muy pocos.
Lo que sería prestación pura se puede resumir en cuatro cifras de lo más significativas: 0 a 100 km/h en 2,8 segundos; los 200 km/h llegan en apenas 6,8 segundos; y la aguja rebasa los 300 km/h en 16,5 segundos, buscando su límite allá por los 350 km/h, el punto establecido por la gente de Woking para decir que ya está bien.
Sí, decir que limitan la velocidad máxima a esos niveles parece que tiene un punto de vanidad, pero es que con toda probabilidad los 916 CV de potencia erogados por el propulsor híbrido del McLaren P1 darían para algo más, aunque sólo haya en el mundo media docena de lugares donde sea físicamente posible averiguar sus auténticos límites.
Es la capacidad de aceleración, sin embargo, lo que realmente debe llamar la atención del lector. Porque por muy bien afinados que estén los dos turbos que empujan los pistones de su bloque 3.8 V8 de gasolina, sin la ayuda de sus motores eléctricos (capaces de propulsar el biplaza británico hasta 11 km sin emisiones) habría sido difícil alcanzar unos valores que, entre los coches de calle, sólo supera con cierta holgura el Bugatti Veyron, pero a costa de cargar con el doble de cubicaje, de cilindros y de turbos, y consumiendo además el triple: 24,1 l/100 la bestia del Grupo Volkswagen frente a los 8,3 l/100 km del sobrio –pero no flemático- inglés.
En el lado opuesto de la ecuación que forma el McLaren P1 se encuentra el equipo de frenos, en el que deslumbran especialmente los discos carbocerámicos recubiertos de carburo de silicio, un compuesto casi tan duro como el diamante. El resultado es una distancia de detención de 30,2 metros desde 100 km/h.