Carlos Sainz y su copiloto Lucas Cruz se están encontrado toda una carrera de obstáculos en el Dakar 2021, que han acabado por desesperar al piloto madrileño. Ya empezaron torcidos en la irrelevante etapa prólogo, en la que perdieron 5 minutos en apenas 11 kilómetros por culpa de un pinchazo. Sainz advertía entonces de que esto no es cómo empieza sino cómo acaba. Tal vez habría que añadir que lo importante es cómo se hace el camino.
El segundo día parecía que todo volvía a estar en orden porque, como es habitual en él, empezaba el día atacando y, cuando se encuentra cómodo, Carlos Sainz es rapidísimo, prácticamente imbatible, no importa el terreno que pise. No en vano, es considerado el mejor piloto de WRC de todos los tiempos.
A partir de entonces, sin embargo, la carrera comenzó a irles de mal en peor. Su Mini John Cooper Works Buggy del equipo X-Raid sufrió varios pinchazos y alguna dificultad mecánica menor, pero el principal problema lo han tenido con la navegación. Tras varios fallos que por tramos les fueron costando hasta 30 minutos respecto a sus principales rivales, las parejas Peterhansel/Boulanger y Al-Attiyah/Baumel, los 419 kilómetros cronometrados de la quinta etapa, que discurría entre Riyadh y Buraydah, han sido demasiados para la paciencia del español.
Nada más poner un pie en tierra, ante el primer micrófono y cámara que le abordaron, lamentó que “esto no es el Dakar”. Aun estando en caliente se mordió la lengua todo lo que pudo, pero reconoció sentirse “un poco desmoralizado” porque nunca en los 14 Dakar que ha corrido se había perdido media hora en dos días. Y como él, “todo el mundo perdido, buscando puntos”. Todo el mundo, menos los que no se perdieron…
Carlos Sainz, el piloto
Cuando Carlos Sainz comenzó a disputar el Mundial de Rallies completo con el Toyota Celica GT-Four, la única prueba que tenía algún punto en común con el Dakar era el Rally Safari. Totalmente diferente al resto del WRC, se disputaba sobre todo en Kenia, durante 9 o 10 días en pistas de muchísima arena o muchísimo barro, abiertas al tráfico y con un recorrido que superaba de largo los 4.000 km de especial, sin tramos de enlace. Además, no fue hasta 1996 cuando se establecieron los tramos cronometrados, porque hasta ese momento había sido un rally de regularidad.
Gente como Ove Andersson, director del Toyota Team Europe (ganador del rally en 1975), o el mismísimo Björn Waldegård, auténtico especialista de la prueba africana (suyas fueron las victorias de 1984, 1986 y 1990), le recomendaban entonces que la forma de ganar esta carrera era manteniendo un ritmo constante. Pero eso no iba con la forma de pilotar del español que, en su tercera participación en 1992, consiguió imponerse a su manera, atacando.
No era de extrañar, pues, que cuando Carlos Sainz decidiera participar en el Rally Dakar, su intención no podía ser otra que ir a fondo desde el principio. Desde la lógica del piloto que se ha batido toda su vida al volante contra un cronómetro, no se entiende otra forma de hacerlo. Dos campeonatos del mundo de rallies avalaban esta filosofía.
Así se forjó la leyenda del Dakar
Lo que ocurre es que, cuando Thierry Sabine creó el París Dakar en 1979, su idea de lo que esta prueba debía ser era bien distinta. Perdido en el desierto del Ténéré cuando disputaba el Rally Abiyán-Niza en 1977, esa experiencia le hizo concebir la que hoy es considerada la prueba automovilística más dura que existe.
108 de los 182 participantes de aquella primera edición, todos ellos aficionados, no llegaron a ver la llegada en el Lago Rosa. Pero lejos de desanimarse, el número de inscritos fue creciendo cada año al mismo ritmo que la popularidad del Dakar. El reto de atravesar el Sahara con un vehículo apenas adaptado y con la ayuda de una brújula y poco más, atrajo cada vez a más pilotos, algunos profesionales. Y con ellos a las marcas, los patrocinadores y, por supuesto, el dinero.
Quizá Porsche fue la primera que supo ver en el Dakar una oportunidad para promocionar su producto. Se dejaron convencer por Jacky Ickx y prepararon dos Porsche 911 (el otro fue para René Metge, a la postre ganador). El impacto de ver un ‘nueveonce’ maquillado como para disputar las 24 horas de Le Mans pero elevado y reforzado al gusto de Max Rockatansky no tuvo parangón. Y encima ganó en su debut a los robustos todoterrenos de la época.
No es de extrañar que la marca repitiera dos años después, pero en esa ocasión con la intención no solo de ganar, sino también de poner a prueba de la mejor manera posible la tecnología aplicada a su nuevo superdeportivo, el mítico Porsche 959.
Ahora bien, esto también significó el principio del fin de la aventura tal y como fue concebida por su creador. El fallecimiento de Sabine en accidente de helicóptero durante esa misma edición tal vez no habría cambiado la hoja de ruta que se había iniciado, pero está claro que a partir de ese año las marcas pusieron el foco en el Dakar. Y si hay marcas, el romanticismo tiene que dejar todo su espacio a los resultados.
Aparte de Porsche, desde 1986 hasta hoy, Peugeot, Citroën, Mitsubishi, Volkswagen, Mini y Toyota han participado de forma más o menos oficial y han vencido (Land Rover lo intentó también, con sus llamativos Range amarillos de Camel). Como alternativa a los «poderosos», solo el buggy de Jean Luis Schlesser, en 1999 y 2000, ha conseguido ganar, y desde luego no fue por su espíritu aventurero, sino por haber sido capaz de sacar lo mejor de un coche que se hizo a medida.
Carlos Sainz aterrizó en el Dakar 2006 con el Volkswagen Touareg, y en aquel momento el rally ya tenía mucho más en común con lo que él entendía que debía ser una carrera. Consiguió cuatro victorias de etapa, un logro impresionante para un debutante y propio de su excepcional nivel de pilotaje, pero el coche no pudo aguantar el ritmo y finalizó en 11ª posición. Desde entonces acumula 13 participaciones (14 con la de 2021) en las que ha conseguido 3 victorias (la primera en 2010), un tercer puesto… y 6 abandonos, por avería o accidente.
De modo que Carlos Sainz es un piloto de todo o nada, al que lo que mejor se le da es ir a fondo. Lo ha hecho toda su vida. A veces sale bien y ganas. Otras, en cambio, pues no. Porque por mucho que se haya perdido la mística con la que nació hace más de cuatro décadas, el Dakar sigue siendo el Dakar.