Prueba Ford Galaxy 2.0 TDCi Powershift Titanium: el hermano mayor

 

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Prueba realizada por Gabriel Esono

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El primer monovolumen que tuvimos ocasión en Cochesafondo.com fue el Ford S-Max. De aquel coche no nos sorprendió su excelente habitabilidad para cinco ocupantes, ni la gran facilidad con la que se convertía casi en un microbús de 7 plazas. Lo que nos llamó la atención, lo recuerdo bien, era la agilidad con que movía sus casi dos toneladas de peso y su metro ochenta de altura, poco que ver con las referencias que uno había leído sobre este tipo de automóviles.

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Una vez amortizada la alianza con el Grupo Volkswagen, que dio pie a las primeras generaciones del Ford Galaxy, Volkswagen Sharan y SEAT Alhambra, la marca americana quiso dar un giro diferencial a su oferta más familiar, de ahí que desarrollara dos modelos con orientaciones bien diferentes: una dinámica, representada por el S-Max, que además de un comportamiento pseudodeportivo muestra una decoración plena de intenciones; la otra, es la que tenemos aquí, un monovolumen grande, sin matices ni atractivos aditivos aerodinámicos.

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Esto significa que mientras al S-Max había que juzgarlo tanto por lo que parece como por lo que finalmente es, con su hermano mayor uno puede ceñirse a las apariencias, y eso es lo que vamos a hacer.

Al contar con dos posibilidades dentro del segmento de los monocuerpos grandes, Ford ha tomado una cierta ventaja respecto a algunas de sus marcas rivales, que ha tratado de consolidar tras el restyling realizado en 2010.

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Salvando a los pioneros en estas lides, el Renault Espace y el Chrysler (perdón, Lancia) Voyager, que también ofrecen sus correspondientes carrocerías “Grand”, el Galaxy ofrece un plus de volumen respecto a sus antaño clones con el sello de SEAT y de Volkswagen, por no hablar de los ya muy veteranos Peugeot 807 y Citroën C8, ahora solos frente al Fiat Freemont (otro fruto de la alianza italo-americana). El Kia Carnival ofrece más espacio que nadie, pero sigue siendo uno de esos productos de la anterior generación del constructor coreano, creado antes de que empezara a ofrecer coches con un encanto que va más allá del precio de derribo.

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Las sutiles modificaciones estéticas realizadas en el Ford Galaxy sirven, entre otras cosas, para saber que debajo de su capó se esconden algunos nuevos motores. Uno de ellos es este 2.0 Duratorq de 163 CV, que se coloca en el centro de la oferta diésel y un punto por debajo del poderoso 2.2 de 175 CV que pasó por nuestras manos en el S-Max y que ahora alcanza unos prometedores 200 CV.

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Este nuevo 2.0 TDCi es, en cualquier caso, la opción razonable, a pesar de que su rendimiento es más bien modesto comparado con el anterior 2.2 Duratorq.

Aparte de los 12 CV de menos, también el par máximo baja hasta los 340 Nm, que se mantienen entre 2.000 y 3.250 rpm, cuando el anterior, gracias a su mayor cilindrada, era capaz de empujar con 400 Nm de fuerza. ¿Cuáles pueden ser las razones que hayan empujado a Ford a consentir esto?

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Pues la que se me ocurre es que la normativa antipolución es cada vez más restrictiva, y el motor 2.0 Duratorq, desarrollado por cierto conjuntamente con el Grupo PSA Peugeot-Citroën, permite al Galaxy cumplir con ella.

De hecho, el consumo declarado con esta combinación motor-transmisión es de 6,0 l/100 km y, aunque durante nuestra prueba se mantuvieron un par de litros más altos, estuvieron muy alejados de los 10-12 l/100 km que por norma aparecían en el ordenador de a bordo de su hermano con el anterior motor.

A cambio, el rendimiento a bajo y medio régimen se coloca un punto por debajo del ofrecido en el S-Max, aunque se trata de un mal menor si acompañamos este motor con el cambio Powershift de doble embrague, que una vez más me ha dado la sensación de ser, entre los de este tipo, el que mejor se adapta a los motores diésel.

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Cuando un fabricante crea un coche con la envergadura de este modelo, no tiene por qué justificarse. Una carrocería alta y una masa considerable son argumentos suficientes para que las leyes de la física campen a sus anchas y condicionen el comportamiento de cualquier monovolumen. Además, como son coches familiares, hechos para viajar muy acompañado, a menudo se los dota de bastidores que, con la excusa de priorizar la comodidad, no disimulan sus carencias dinámicas.

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En Ford, sin embargo, han decidido que eso no va con ellos. De hecho, si ofrecen dos modelos con la misma base pero con enfoques diferenciados es precisamente porque entienden que existe un tipo de conductor que no quiere renunciar a un comportamiento satisfactorio cuando las curvas se van cerrando.

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El Galaxy no es para ellos, pero tampoco oculta el principio que ha distinguido a los productos de la firma del óvalo desde que lanzaran la primera generación del Ford Focus. Así, la forma como este coche grande se mueve sobre el asfalto, sin ser felina, sorprende por su agilidad, que para algo le han montado delante unos triángulos McPherson y un multibrazo trasero, anclados a sendos subchasis aislados de acero prensado.

A ello hay que sumar la opción de la suspensión activa con control continuo de la amortiguación, que permite elegir el tipo de respuesta a voluntad entre Comfort, Normal y Sport simplemente pulsando la tecla correspondiente en la consola central.

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¿Qué se le puede pedir a un coche que mide más de 4,8 metros de largo y poco menos de 2,0 metros de ancho? La respuesta es fácil: una gran habitabilidad para 5 o 7 personas, espacio de carga y, ya puestos, una buena dosis de modularidad.

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Pues de todos estos puntos está el Ford Galaxy bastante bien dotado. No ha sido una sorpresa, dado que el el S-Max ya nos pareció en su día un familiar más que correcto, a pesar de su maquillaje deportivo.

En el Galaxy, en lugar del matiz dinámico de su hermano, se ha optado por una estética más de coche de lujo y, aunque pertenezca a una marca especialmente generalista como Ford, en versiones equipadas como ésta que probamos, con acabado Titanium, la verdad es que da el pego.

Los asientos de piel (más acogedores los delanteros) y las terminaciones de aspecto metálico causan una buena primera impresión, lo mismo que el acabado general, alejado de las presentaciones más bien modestas de modelos anteriores de la marca.

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Delante, además de amplios butacones, nos encontramos con un puesto de conducción muy bien realizado, que no da la sensación de llevar un coche de estas dimensiones. Detrás, tenemos hasta cinco plazas más, y esta vez las de la tercera fila son más utilizables que en el S-Max, aunque sigue siendo necesario tener una cierta elasticidad para acceder a ellas sin dificultad.

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Lo que no se ha conseguido es convertir a este monovolumen grande en un minibús, de ahí que si se ocupan todos los asientos, se hace también necesario adquirir un cofre para llevar el equipaje en el techo, porque el maletero queda reducido a unos 308 litros muy poco aprovechables. Con cinco plazas, los 830 litros ya permiten viajar sin preocuparse por las maletas y, si valoramos el alquiler de una furgoneta para hacer una mudanza, no será por los 2.325 litros de capacidad máxima que ofrece el Galaxy, con una superficie razonablemente plana.

Otro punto a favor es la facilidad con la que se pasa de dos a siete plazas disponibles, con pocos movimientos y sin tener que forzar músculos. Sorprende, incluso, que en Ford no hayan desarrollado este aspecto tan bien en su monovolumen compacto, el C-Max, teniendo en cartera un familiar tan satisfactorio como el Galaxy.

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El Ford Galaxy es un monovolumen amplio y versátil, con un muy buen comportamiento y buenos consumos.

Lástima que este motor sacrifique una parte no despreciable de respuesta, aunque por lo menos esta carencia queda de algún modo compensada por el eficaz cambio Powershift, que en algunos momentos consigue, a base de suavidad y rapidez, que se olvide esa cierta falta de punch

El precio del Ford Galaxy 2.0 TDCi 163 con el acabado Titanium es de 37.650 euros, a los que habría que sumar los 1.850 euros que cuesta la transmisión automática.

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