Prueba realizada por Gabriel Esono
Cuando uno piensa en la Clase E de Mercedes-Benz, normalmente le podrían venir a la cabeza imágenes relacionadas con la serenidad y con la paz de espíritu que sólo en ambientes de gran lujo y confort se pueden respirar.
La firma alemana, sin embargo, siempre tiene reservado algo especial para aquellos clientes que, aunque valoran la sensación de rodar envuelto en un halo de distinción, necesitan un algo más.
Ese algo más al que me refiero es potencia y, por si acaso, en Mercedes-Benz dan dos tazas cuando envían sus carrocerías a que las retoque AMG.
Éste es el caso del Mercedes-Benz Clase E 63 AMG, un aparato que oculta en su vano motor el V8 de 6.208 cc (aunque en Stuttgart redondean a 6,3 litros de cilindrada).
Montado a mano y firmado por el técnico responsable de cada unidad, AMG extrae de este bloque atmosférico nada menos que 525 CV de potencia, y un par de 630 Nm, las mismas cifras de las que presume el SL 63 AMG, y que van a parar al eje trasero, tras pasar por el cambio automático AMG SPEEDSHIFT MCT de 7 velocidades.
En resumen, camuflaje de lujo y confort para un coche de prestaciones extremas, por el cual Mercedes-Benz pide 120.008,03 €. Ahora te explico por qué.
La mañana que te levantas sabiendo que vas a tener un Mercedes-Benz AMG en tus manos, sabes que no va a ser un día como los demás. El bloque 6.3 V8 ha sido reconocido en varias ocasiones como el Motor de Mejor Rendimiento en los International Engine of the Year Awards, algo así como los Óscar de los propulsores, de modo que lo único que uno podía esperar al pisar el acelerador del Clase E 63 AMG eran unas prestaciones impresionantes.
Pues más que impresionar, la primera sensación que produce este motor es más bien la de terror. Para empezar, el sonido al arrancar pone los pelos de punta. Ya me ocurrió la primera vez que lo oí, en un garaje de la marca, rodeado de otros Mercedes-Benz más «mundanos».
En esta ocasión, sin embargo, la puesta en marcha tuvo lugar en un espacio abierto, con bastante viento, pero el recuerdo de la primera vez permanecía intacto. Al poner la palanca del cambio AMG Speedshift MCT de 7 velocidades (un secuencial con un solo embrague) en la posición D se nota un tirón, apenas amortiguado por el freno de estacionamiento, antesala de lo que me esperaba 200 metros después, donde se encontraba la primera carretera y la primera recta, kilométrica ella.
Y, cual rubia de pechos grandes en una película de serie B, me dispuse a afrontar mi destino. En lugar de escaleras que te dirigen al piso superior, en este Mercedes tienes un pedal del acelerador que envía mensajes opuestos al cerebro y al corazón.
Lógicamente, la tendencia natural es la de no hacer demasiado caso del primero e intentar comprobar por uno mismo lo que se siente cuando los ocho cilindros absorben toda la gasolina y aire que pueden y escupen el resultado de las detonaciones a través del tubo de escape y las ruedas traseras.
La consecuencia de tal iniciativa es un empuje, como decía, casi espeluznante. No se puede decir que desde el mismo ralentí sea capaz de fundirte con el asiento. Quizá sea unas 500 rpm más arriba, aunque es un detalle que en carretera abierta no pude comprobar. Ni ganas, porque bastante trabajo tenía tratando de sujetar fuerte el volante y dirigiendo la mirada lo más hacia el horizonte posible.
La caja de cambios, una vez en marcha, es algo más suave de lo que me temía al arrancar, pero su encomiable rapidez hace que su presencia se haga notar en cada cambio, tanto más cuanto más hacia la derecha mueves la ruedecita de la consola central, que permite cambiar su actitud de C de «calmado» a S de «salvaje» o a S+ de «más salvaje».
De la misma forma que antes de girar la llave de contacto del Mercedes-Benz E63 AMG es recomendable encomendarse a todos los santos, también es imperativo leerse el libro de instrucciones antes de atreverse a afrontar una carretera de curvas con él.
En la consola central, tras el selector de modos de funcionamiento del cambio, puedes encontrar tres teclas, a cual más provocadora. Con el botón Sport puedes elegir entre tres programas del control de estabilidad: «ESP ON», el más cabal; «ESP Sport», que da más margen de maniobra; y «ESP OFF», sólo recomendable para los que saben muy bien lo que se hacen, en circuito lento.
El siguiente botón permite variar la dureza de la amortiguación electrónica AMG Ride Control, entre razonablemente cómoda (Confort) o dura como una piedra (Sport Plus). El E 63 AMG combina una suspensión mecánica en el eje delantero con una construcción neumática específica de AMG para el trasero.
Delante, además, se han revisado gran parte de sus componentes, como la barra estabilizadora, nuevos refuerzos transversales, bujes de rueda que permiten una mayor caída negativa y una vía 56 mm más amplia. La caída negativa también se ha modificado en el eje posterior.
Por último, el botón AMG va directamente al grano y configura el coche para lo que realmente ha sido concebido: experimentar sin límites el potencial de los 525 CV de su motor V8.
La diferencia de comportamiento entre los modos civilizados y los más radicales es muy significativa. El ESP está tarado con un cierto margen, lo justo para que quien está a los mandos se dé cuenta de que ha necesitado ayuda cuando ha cometido un error de conducción. De todas formas, el fallo tendrá que ser de bulto, porque los límites de estabilidad del AMG de la Clase E se encuentran mucho más arriba de lo razonable.
Y lo mejor es que, cuando lo hacen, las reacciones de ambos ejes son mucho más progresivas de lo que se podría esperar de sus 630 Nm de par motor. De hecho, nobleza es el adjetivo que mejor se ajusta a las sensaciones que transmite al abordar curvas con él, siempre y cuando se tenga presente que el acelerador exige ser tratado con gran mimo, sobre todo si se decide liberarse de las ayudas electrónicas.
En cuanto a los frenos de serie, no se puede decir que sean discretos. Los discos, autoventilados y perforados (de 360 mm de diámetro los delanteros) y las pinzas pintadas en color rojo dan la misma impresión de poderío que el artefacto que se oculta bajo el capó. Al conducir, sin embargo, los 1.880 kg del coche, que pasan desapercibidos en las fases de aceleración e incluso en su paso por curva, hacen acto de presencia en condiciones límite, donde las distancias de frenada se antojan un poco más largas de lo deseable, pese a que los neumáticos 255/40 R 18 delante y 285/35 R 18 detrás ponen todo de su parte para que se note lo menos posible.
Ante esta circunstancia, uno se convence de que los 13.663,38 € que cuestan los discos cerámicos son una gran inversión en este modelo.
Lucir la estrella sobre el capó obliga a unos mínimos muy elevados en cuanto a refinamiento interior y calidad percibida.
En este sentido, el Mercedes-Benz E 63 AMG mantiene el mismo nivel de excelencia en sus acabados que el resto de sus hermanos de gama.
La ergonomía está muy bien trabajada y, en cuanto te sientas dentro, resulta sencillo encontrar la postura de conducción y hacerse con la particular y acertada posición de algunos de sus mandos.
Ahora bien, este coche no es un Clase E normal, y Mercedes-Benz se encarga de hacerlo notar en diversos detalles. El habitáculo, totalmente vestido de negro, sería uno de ellos.
El logo AMG distribuido en puntos estratégicos como el respaldo de los asientos y el velocímetro, sería otro. El remate viene de la mano de unos pedales deportivos de aluminio y diferentes inserciones en negro brillante, así como de un volante que, aun siendo todavía algo grande, tiene un tacto impecable.
Al final, el conjunto es algo discreto y, en el fondo, sólo eres realmente consciente de que estás en una versión muy especial de la berlina de lujo de Mercedes-Benz cuando pones el motor en marcha.