Prueba realizada por Gaby Esono
El mercado del automóvil está plagado de marcas legendarias. Se las llama así porque han permitido escribir miles, quizá millones de páginas, en las que se relataban las andanzas protagonizadas por sus modelos.
En estos poco más de 100 años de historia, han sido más los fabricantes que se han quedado en el camino que los que han sido capaces de conseguir que su sello esté presente en estos trastos con cuatro ruedas y un volante que tanto nos gustan.
Y, de todos ellos, sólo uno ostenta el privilegio de ser considerado el inventor el automóvil. Casi nada. Obviamente, estoy hablando de Daimler, propietaria de la marca Mercedes-Benz.
¿Qué necesidad tengo de contar esto? Pues, si he de ser sincero, no lo tengo muy claro. Digamos que cuando me he sentado delante del ordenador he seguido la rutina acostumbrada, es decir, Coca-Cola a la derecha, notas a la izquierda y fotos en la pantalla.
Y esta vez la inspiración me ha llevado a pensar en cómo Mercedes se ha convertido en lo que es hoy o, quizá mejor dicho, cómo ha conseguido ser siempre algo muy parecido a lo que representa en la actualidad.
Algunos dirán que sus coches denotan estatus, mientras que otros lo asociarán con el lujo (si estás dentro) o con la mera ostentación (si estás fuera). Pero, en realidad, esos calificativos no son sino consecuencia de una forma de concebir un automóvil. Hay que hacerlos perfectos.
Luego cada uno entenderá la perfección como quiera, pero desde luego lo que pocas veces se le podrá negar a la firma de Stuttgart es que de cualquier coche con su estrella sobre el capó emana un aura de amor, u obsesión, por las cosas bien hechas.
Lo sentí al cerrar la puerta del Clase B a principios de este año, y lo he vuelto a sentir ahora, al abrir la de todo un Clase E Cabrio. Se acabó eso de colar una K de Kompact a un Clase C disfrazado de coche grande. Ahora, cuando nos crucemos con un cuatro faros escoltando a la estrella, en la parrilla frontal de un Mercedes-Benz descapotable, no nos quedará ninguna duda de si es o no es lo que parece. Este descapotable recupera el derecho de pertenecer a la familia intermedia del fabricante alemán.
Y, al hacerlo, recupera también el trono en un segmento en el que, como es habitual, los habitantes son tan escasos como selectos. La primera ciudad donde hay que mirar es Múnich, residencia del paisano bávaro BMW, donde en los últimos tiempos están por la labor de renovar a su veterana y deportiva Serie 6. El modelo bávaro juega un rol diferente al del Clase E pero, ¿acaso BMW y Mercedes no lo hacen con todas sus gamas?
La oferta de coches de lujo de casi 5 metros, descapotables, cuatro plazas y con techo plegable de lona, prácticamente se acaba aquí. Siendo un poco más flexibles, se puede aceptar el Jaguar XK por eso del respeto a la tradición británica, pero ellos mismos se encargan de limitar las ventas ofreciendo únicamente elitistas motores V8.
En Mercedes, en cambio, cada vez tienen más claro que la exclusividad no está necesariamente reñida con el pragmatismo inherente a un buen motor diésel.
Añoro los tiempos en los que los números en la tapa del maletero de un Mercedes-Benz mostraban sin tapujos la cilindrada del motor en cuestión. Ahora en cambio (y lo mismo ocurre con BMW), al ojo profano le sirve para ubicarlo más o menos dentro de la gama y saber si el propulsor es de los silenciosos y refinados o de los que no lo son tanto.
El Mercedes-Benz Clase E 250 CDI Cabrio es de estos últimos, aunque no por culpa suya. Los motores diésel actuales tienen muchas cosas buenas. Tantas, que cada vez resulta más fácil disculpar ese breve pero inevitable traqueteo en frío.
Normalmente obviamos este detalle, porque uno lo asume como uno de los rasgos a los que hay que resignarse, pero en un coche de este calibre, descapotable o no, siempre es un debe. Hay que pensar que, hasta hace no mucho, trasladarse a cielo abierto envuelto en un ambiente de lujo y confort sólo era posible con cilindros quemando gasolina.
Hoy, la demanda de bajos consumos en Europa hace que ya no nos resulte en absoluto extraño ver un coche apostado frente a una manguera negra para repostar. Y es que, en el fondo, un motor alimentado por gasóleo implica, por lo general, un mayor agrado de conducción, especialmente con cambio automático. Deja que me explique antes de tirarme los trastos a la cabeza.
El E 250 CDI es el modelo intermedio de la gama diésel, luego es fácil entender que es el más virtuosamente equilibrado. Se trata del propulsor 2.1, un bloque tetracilíndrico sobrealimentado por dos turbos que entrega al eje trasero 204 CV, los mismos que su equivalente gasolina, el E 250 CGI de inyección directa. Igualdad de potencia, pero ya no busques más.
El par motor que es capaz de erogar este propulsor sube hasta los 500 Nm a apenas 1.600 rpm o, dicho de otra manera, te da algo muy parecido a lo que puedes encontrar en un buen motor V8 atmosférico de gasolina, pero lo hace mucho antes, necesita mucho menos combustible y además cuesta mucho menos dinero. Son demasiados «muchos» como para no tenerlo en cuenta.
Al volante lo que transmite es tal cual como lo pinta una lectura detenida de la ficha técnica. Empuja desde muy abajo, como si de un motor eléctrico se tratara, y lo hace con una constancia y una contundencia que enorgullecerían a los papás Gottlieb y Karl. La entrega de fuerza te hace feliz hasta bien pasadas las 4.000 revoluciones y, teniendo en cuenta el perfil del coche que tienes entre manos, lo cierto es que no parece que haga falta nada más.
El cambio automático de 5 relaciones es una opción obligatoria, es decir, que hay que desembolsar los más de 2.500 € que cuesta hasta que esté disponible el manual de 6 marchas. Es más suave que rápido, tradición obliga, pero en ningún caso decepciona. Antes al contrario, en Mercedes-Benz parecen tan convencidos de que su funcionamiento es el idóneo, que no consideran necesario su uso manual.
Sólo así se entiende que insistan en hacer que el manejo secuencial sea moviendo el pomo de izquierda a derecha y viceversa, para subir y bajar marchas, en lugar de hacerlo hacia delante y hacia atrás, como hacen casi todos los demás. La alternativa de las levas, además, obliga a quedarse con el volante de madera, que cuesta no menos de 750 €.
Usemos como lo usemos, al final lo importante es que uno al volante de este coche, con este conjunto cambio-propulsor, siente algo muy parecido a poderío. Como contrapartida, la carrocería de 1.815 kg de peso se cobra el peaje de unos consumos un tanto elevados. Los 5,6 litros que se anuncian se convirtieron en 9,3 litros en nuestra prueba. En cualquier caso, es una cifra aceptable, sobre todo en comparación con lo que se puede esperar del resto de sus hermanos.
La solidez que uno siente en cuando abre la puerta es la misma que el Clase E Cabrio transmite cuando se mueve sobre el asfalto. Como coche de lujo que es, el confort fue una de las premisas fundamentales a la hora de desarrollarlo y, la verdad, no va mal servido en lo que a aborción de baches se refiere. Sin embargo, es un Mercedes-Benz. Sólo así se entiende que su mejor virtud sea el comportamiento dinámico en general, con una pisada completamente inamovible.
Lo intenté de veras, pero no hubo manera. En curva lenta y en rápida. Yendo rápido o sin miedo a morir. Le dio igual y me trató con la lealtad propia del mayordomo que te lleva sirviendo toda una vida. Y estoy pensando en las novelas de Agatha Christie, no en el del Príncipe de Bel Air.
La emoción al conducir el E 250 CDI Cabrio hay que medirla, pues, desde un rasero situado en otro nivel, mucho más elevado de lo habitual. Sabiendo que, hagas lo que hagas en una curva, jamás hará nada que no esté dentro del papel asignado (y los mayordomos ya nunca son los asesinos), lo mejor es dejarse llevar por la sorprendente fluidez de sus movimientos.
Porque por muy sólido y pesado que sea, la forma que tiene de buscar los vértices es de auténtico deportivo, incluso a pesar del gran diámetro del volante. Otra de las tradiciones a las que se la marca se niega a renunciar.
Un mal menor ante una agilidad que, además, cuenta con la ayuda de un control de estabilidad antológico. Si no fuera por el delator chivato naranja del cuadro, sería muy difícil discernir si el bastidor es mágico o si ha sido la magia electrónica la que se ha encargado, con total sutileza, de hacerte creer que eres un conductor habilidoso.
Los frenos, en cambio, no engañan en absoluto: frenan una barbaridad. Tacto firme (sí, como todo lo demás), distancias cortas y aguante infinito. De lo mejor que uno se puede encontrar sobre cuatro ruedas.
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Sospecho que la gente de Mercedes-Benz tiene bastante claro que, para la mayoría de los que se van a gastar el dinero en una de las estrellas alemanas, es importante que la inversión se perciba con claridad en todos y cada uno de los rincones del habitáculo.
El concepto de calidad percibida, tan abstracto en muchas ocasiones, cobra en los coches de Stuttgart especial sentido. La precisión de los ajustes es objetivamente impecable, de lo mejor que ha pasado por las manos de Cochesafondo, y el hecho de que sea lo que uno espera de la marca alemana no debe restarle un ápice de mérito.
Quizá cuando los materiales utilizados denotan un esmero especial como los de este coche abierto sea más fácil que encajen entre sí con tanta exactitud. El tacto de todos ellos exhibe ese difícil equilibrio entre solidez (no confundir con dureza) y suavidad, y esto se nota con cada botón que pulsas, por pequeño que sea.
Como puedes ver en las fotos, nuestra unidad de pruebas era muy luminosa por dentro. El color gris claro da una sensación de amplitud y de color que compensa de alguna manera la sobriedad del diseño.
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En el salpicadero todo está perfectamente colocado, a mano, señal de un estudio ergonómico tan concienzudo como el de todo lo demás. Una vez más, aunque he tratado de buscar defectos, pero he fracasado. Uno tendrá sus preferencias personales y le podrá gustar más o menos que el mando de los intermitentes esté integrado con el de los limpiaparabrisas, o que los botones de la radio sean un pelín pequeños.
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De hecho, hasta me he preguntado por qué han colocado un enorme reloj analógico en el cuadro de instrumentos, en lugar de un conveniente marcador de temperatura de aceite. Y entonces recuerdo la sospecha del principio, y me convenzo de que antes de ponerlo ahí, le habrán preguntado a mucha gente dispuesta a comprarse este coche dónde quieren mirar la hora.
Estos detalles, en cualquier cosa, son peccata minuta cuando el objetivo principal, que es que los ocupantes del Clase E Cabrio se sientan perfectamente bien tratados, se ha cumplido con creces.
El aislamiento de la capota es excelente, así como su ajuste en el marco del parabrisas, de modo que cuando vas a toda velocidad con ella no echas nunca en falta un techo metálico. Hasta permite a los ocupantes traseros murmurar entre ellos lo cómodos que son sus asientos.
Valorar un coche de las características del Mercedes-Benz Clase E 250 CDI Cabrio obliga a hacer un ejercicio diferente al habitual. El rasero con el que se mide ha de ser diferente al de la mayoría, porque se trata de un automóvil que marca claras distancias con la plebe.
El precio, lógicamente, es la primera marca en los ítems de la categoría «Exclusividad». Con el nuevo tipo impositivo, en la parte superior de la factura nos encontraremos con un montante de 53.318,74 € a los que, recordémoslo, hay que sumar los aproximadamente 2.500 € que cuesta el cambio automático de 5 velocidades. Cuando sea una opción «opcional», seguirá siendo igualmente recomendable, porque su funcionamiento es delicioso.
El equipamiento de serie hace los alardes mínimos, ya que aparte del climatizador Thermatic bizona y la radio con Bluetooth y mando central, regulador de velocidad o volante de cuero multifunción, hay pocas concesiones. Y es que, para el que de verdad puede permitirse un automóvil de este calibre, lo importante no es todo lo que lleva el coche, sino todo lo que uno mismo puede elegir que le pongan.
¿Qué es lo que tendrán los descapotables que son capaces de despertar tanta pasión a su alrededor? Llámalo pasión, o devoción, u orgullo o envidia. No importa. Despiertan algo, un sentimiento, una sensación, tanto si los ves pasar como si vas montado en uno de ellos.
Esto ocurre, especialmente, en coches como este Clase E Cabrio de Mercedes-Benz. Lo percibes en la mirada de la gente, cuando lo mira mientras pasea por un concurrido bulevar. De la misma manera, parece como si de inmediato te atribuyera ciertas cualidades entre las que destaca, por encima de todas ellas, la clase.
Sí, parece que por encima de valores como la calidad y la robustez, tan buscadas en el mundo del automóvil, lo que este cuatro plazas ofrece son mares y mares de estilo y la prestancia de quien sabe muy bien lo que está haciendo. No en vano, la firma de la estrella lleva varias vidas haciendo coches con los que conducir a cielo abierto, y eso lo notas tú y lo notan todos.