Prueba realizada por Gabriel Esono
Peugeot es una marca tradicionalmente muy poco dada a los experimentos. Basta echar un vistazo a los catálogos de los últimos 30 años, para darse cuenta de que sus modelos, salvo un par de excepciones, están siempre cortados por un patrón más bien tradicional.
Apenas me vienen a la cabeza la exitosa saga de coupé-cabrios, iniciada por el 206 CC y el 307 CC y continuada por el 207 CC y 308 CC, respectivamente. El elegante coupé derivado de su anterior berlina media fue también una grata sorpresa, diseñada y montada por Pininfarina, y los buenos resultados trataron de imitarse con el 407, más musculoso y menos fino.
En todo caso, tanto sus descapotables con techo metálico retráctil como su gama deportiva del segmento D no son sino derivaciones de coches de mucha tirada, de los cuales aprovechan la mayor parte de lo que no se ve.
El Peugeot RCZ es otra cosa. Desde luego, por fuera se ve que es un Peugeot pero, incluso su frontal deja claro que no se trata de uno cualquiera. Sus afiladas proporciones, con el techo en forma de cúpula o de burbuja, se confunden sin ningún reparo con las del Audi TT, pero no el actual, rotundo y musculoso, sino con las del original, rompedor y singular.
Se trata, pues, de un coupé que recupera un concepto ya conocido y que, aplicado por una marca generalista, debería en principio ir dirigido a otro tipo de público. Claro que, si no recuerdo mal, la gente de Peugeot aseguró a todo aquel que quisiera escucharlos que el RCZ era el primer ejemplar de un cambio de rumbo en la marca del león.
Igual que Citroën está desarrollando la gama DS para distinguir a un nuevo tipo de producto más exclusivo, en Peugeot están trabajando para colocar sus productos en un escalón cercano al de marcas más exclusivas, léase BMW, Audi o Mercedes-Benz. Habrá que ver de cerca el próximo 508 para comprobar hasta qué punto van en serio.
Aunque el Peugeot RCZ parte de la base del compacto 308, su silueta deja claro que se trata de un coche completamente diferente, y como tal debe ser tratado. Por eso no se puede decir que sus rivales sean las derivaciones de 3 puertas de los típicos compactos, como el Renault Mégane o el Opel Astra GTC. De hecho, ni siquiera el Volkswagen Scirocco, la variante hipnótica del Golf, tiene una presencia tan bien definida como la del nuevo coupé francés.
Éste, además de la comparación obvia con el Audi TT, se las tendrá que ver con otros coches en los que la estética prima sobre la habitabilidad, como por ejemplo, el ecológico Honda CR-Z.
Ahora, vamos a comprobar si su motor turbodiésel HDi es capaz de cumplir con las expectativas que despiertan las atrayentes líneas de su carrocería.
Durante este año Peugeot ha revisado la gran mayoría de sus motores HDi. La inminente entrada en vigor de la normativa anticontaminación EU5 ha obligado todos los constructores a ajustar sus propulsores para que fueran más eficientes.
En el caso de los suaves tetracilíndricos diésel de PSA, las modificaciones parecen haberle sentado divinamente, sobre todo al bloque de 2,0 litros de capacidad, que ahora ofrece valores de potencia y par superiores a los de la generación anterior.
En este caso, los 163 CV que entrega el 2.0 HDi hacen que el RCZ se coloque al mismo nivel que el 1.6 THP de 200 CV, o al menos eso es lo que Peugeot da a entender en la lista de precios, ya que ambas motorizaciones cuestan exactamente lo mismo.
¿Debemos entender entonces que corren igual? Yo diría que no, porque las altas revoluciones las inventaron para algo más que para hacer ruido. El motor HDi, como diésel que es, se acaba relativamente pronto. A eso de las 4.000 rpm ya ves que a la aguja le cuesta un poco seguir avanzando, aunque no hay motivo para sentirse decepcionado.
Hasta que llega esa fatídica cifra, la fuerza con la que sus cuatro cilindros turboalimentados tiran del coupé de Peugeot hace que uno entienda por qué han dibujado unas formas tan fieras a su carrocería. Ahora que los TDI del Grupo Volkswagen han perdido un puntito de esa brutalidad nerviosa que caracterizaba a los bomba-inyector, Peugeot ya no tiene motivo para cambiar de tema y mirar a otro lado cuando se le pregunta por las prestaciones.
Incluso el cambio, que normalmente acusa en los coches franceses de cierta blandura, es como si se hubiera contagiado del tacto sólido de un motor que, sin embargo, puede presumir de unos consumos muy reducidos: 5,3 l/100 km es la cifra oficial.
Sometido a nuestro maltrato extraoficial, en el que conseguir registros lo más bajos posibles tiene poco que ver con el gasto de combustible, la medición arrojó unos muy prometedores 7,4 l/100 km, lo que sugiere que si quieres usar este coche a diario, no será tu bolsillo el que proteste.
Tu bolsillo no, pero quizá tus riñones te pidan que te mudes a una zona con buenas carreteras. Confieso que, antes de ponerme en marcha por primera vez, me preocupaba que en Peugeot hubieran tenido la tentación de hacer del RCZ un farsante, un cordero con piel de lobo. Pues no.
Los temores se desvanecieron apenas un badén y tres curvas después de arrancarlo, con lo que las expectativas se transformaron drásticamente. Había que buscar urgentemente tramos revirados.
Si eres de los que recuerda los antiguos bastidores de Peugeot, que presumían de una agilidad envidiable, con este coupé te garantizo que retomarás aquellas sensaciones e, incluso, las verás amplificadas.
Y es que, aunque la plataforma de partida sea la misma que la de las berlinas y los monovolúmenes que dan de comer a la marca, se han tocado muchas cosas para que nada sugiera que eso es cierto. Las ruedas se han separado a lo ancho y a lo largo respecto al 308, y si a eso le sumamos un centro de gravedad mucho más bajo (40 mm) y unos tarados de suspensiones mucho más duros, ya deberíamos tener un comportamiento de lujo.
Ciertamente lo es. El paso por curva es muy rápido y neutro, sinónimo de eficacia, aunque con el punto de chispa que, en algunos momentos, nos hace pensar en un kart. No te mentiré diciendo que con este coche se pueden hacer cruzadas de impresión, ya que al límite no puede ocultar su talante subvirador, pero al menos permite jugar con los apoyos lo suficiente como para no tener que añorar una tracción trasera.
Y no sólo permite jugar, sino que además te deja que seas tú quien ponga las reglas. Si arrancas y te vas, entonces el efectivo (o castrante) control de estabilidad será el juez parcial que te castigue con un evidente lastre cada vez que seas malo. Ahora bien, si después de arrancar te da por pulsar el botón de desconexión del control de estabilidad y te lanzas, entonces la electrónica se pone la venda y os deja casi solos al coche, a las cunetas y a ti, a ver quien gana.
Este coche está dedicado en exclusiva para ti que lo has visto, te ha enamorado y no te importaría gastarte los más de 30.000 € que cuesta con tal de verte con él puesto.
Es como un traje ajustado, muy ajustado, que sienta muy bien una vez puesto, pero que puede costar un horror entrar y salir de él. A nadie le importará tal detalle, sin embargo, cuando te hayas acomodado en cualquiera de sus asientos delanteros, duros, grandes, acogedores, fantásticos. Y por qué no decirlo, también son bonitos.
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Si has montado en un Peugeot 308, el salpicadero te sonará vagamente, porque en esencia son el mismo. Quítale la salida de aire central, pon un bonito reloj analógico en su lugar y ya lo tienes. Aunque calidad de acabados del compacto galo ha ido subiendo su nivel con cada nueva generación, habría estado bien algún elemento distintivo suplementario que no costara los 3.500 € del Pack Cuero Integral.
Eso sí, resulta un complemento que combina a la perfección con este elegante atuendo sobre ruedas dibujado con forma de agresivo coupé, no en vano incluye la tapicería de piel no sólo para el salpicadero, sino también para los asientos, que pasan a ser con regulación eléctrica y calefactables. Si pasas del cuero sobre el que no te vas a sentar, te ahorras 1.000 €. Ya sabes cuál es el precio de la personalización.
¿Y qué pasa con los que quieran ir contigo? Pues, básicamente, que tendrás que quedar con ellos en el punto de destino. Las plazas traseras están diseñadas como si realmente alguien se pudiera sentar en ellas y viajar. Si hasta tienen cinturones de seguridad. Pero es todo mentira. O, al menos, quien se atreva a intentarlo tendrá que acreditar previamente estar versado en arte del contorsionismo.
Antes, al hablar del habitáculo de un 2+2 como éste, se solía decir que los asientos traseros sólo eran aptos para niños. Ahora, con la obligatoriedad de montar sillitas infantiles, ni eso.
Llegados a este punto, no quería dejarme el maletero, sorprendentemente amplio (384 litros) para lo que uno podría esperar de un coche así, con una boca que se traga cualquier cosa. Además, los asientos traseros se pueden plegar. ¿Será para meter los esquíes?
Tanta capacidad hace que se me despierte la imaginación y, además de una versión HYbrid4 (las baterías cabrían sin problema), ya sueño con conducir una más que previsible versión descapotable del RCZ.
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Por culpa de automóviles como el Peugeot RCZ, la gente que como nosotros adora cualquier cosa relacionada con ellos tiene cada vez más difícil tomar algunas decisiones.
Para empezar, es un coche que entra por los ojos, tanto visto desde fuera como cuando lo llevas puesto. Luego resulta que dinámicamente es un regalo y te da igual ir en línea recta o ir curveando como un poseso de camino al club de golf. Tanto, que cuando llegues, es posible que ya no necesites darle zurriagazos a la bolita.
El precio de esta versión, 30.900 €, sin ser una ganga, parece bastante razonable, sobre todo teniendo en cuenta que el 308 CC se mueve en unos márgenes similares y que el Audi TT, obligada referencia, empieza casi 2.000 € más arriba con menos equipamiento.
En estas cosas, el escudo viste mucho y, aunque la valoración objetiva pudiera equilibrar la balanza, está por ver que una marca generalista como Peugeot sea capaz de vencer una barrera psicológica inevitable: poner el mismo león en el frontal de un fantástico coupé como el RCZ y en un modesto urbano como el 107.
A menudo, cuando hemos de realizar una sesión de fotos, salimos sin rumbo fijo buscando carreteras por las que nunca antes hemos conducido. Con el Peugeot RCZ queríamos hacer algo especial, porque pensábamos que sus formas y su atrevido planteamiento se lo merecían, de modo que cogimos la cámara y nos largamos con la idea de encontrar un lugar donde no molestar y no ser molestados.
Pasaban los kilómetros, uno tras otro, disfrutando, como de costumbre, pero sin saber si lograríamos algo más que pasar un buen rato. Entonces pasó lo que suele ocurrir con la suerte, que de tanto buscarla muchas veces la acabas encontrando. Vimos un cartel que decía «Campo de Golf», nos miramos y dimos un frenazo. Sí, los frenos van muy bien.
Marcha atrás y dejamos la comarcal a nuestra espalda, dispuestos a confiar en la buena fe de la gente de bien.
El Club de Golf de Moià es un paraje precioso y tranquilo, ideal para mentes estresadas que buscan un lapso de tiempo en el que poder desconectar del frenesí diario. Y eso es lo que encontramos, la calma necesaria para poder mostrarte cuan bonitos son los lugares a los que te puede llevar el nuevo coupé de Peugeot.
Y lo mejor es que, conduciéndolo, tendrás tantas ganas de llegar como de que el camino no se acabe nunca.