Gabriel Esono.- El mundo del automóvil tiene varias marcas claramente identificadas como estandartes del lujo. Para empezar, tenemos a las eternas contrincantes alemanas, a saber: Mercedes-Benz, BMW y Audi.
El antaño suculento mercado americano atrajo también en su día a los fabricantes japoneses, que a falta de tradición automovilística se fueron sacando de la manga sellos premium.Lo hizo Honda con Acura y le siguieron Toyota con Lexus y Nissan con Infiniti. Lástima que la gente de Honda no se decida a traer su producto de privilegio a Europa.
Siguiendo con lo que se ha ido cociendo al otro lado del Atlántico, a esta lista podrían sumarse Cadillac, uno de los sellos que continúan bajo el manto de General Motors, y Lincoln, aunque Ford nunca ha mostrado interés por cruzar el charco con ella.
En vez de eso, prefirió reconquistar Europa comprando la exclusividad recia de Volvo por un lado y la distinción clásica de Jaguar por el otro.
También se atrevió con Land Rover, de modo que gracias a los afamados 4×4 de lujo de la marca, los Range Rover, durante algunos años ha copado una gran variedad de segmentos. La coyuntura actual, especialmente dura en Estados Unidos con sus propios fabricantes, les ha obligado a reorganizar sus negocios, pero desde luego los frutos de su estrategia han sido muchos e interesantes.
Existen, por supuesto, constructores que apuntan más arriba que todos éstos, como son Maybach, Rolls-Royce o Bentley, aunque no es casualidad que cada uno de ellos tenga su destino sometido a la estrella, a la hélice rotante y a los cuatro aros (o más bien al Grupo Volkswagen), respectivamente.
En los lejanos tiempos de bonanza, cuando sólo se pensaba en crecer a toda costa, ninguno de los tres clásicos europeos quiso dejar de lado el pastel de la exquisitez automovilística más elevada.Víctimas del mismo conservadurismo que las había colocado como ejemplo del lujo, Rolls-Royce cayó en manos de BMW y Bentley acabó bajo el manto de VW. En Mercedes-Benz, fieles a su estilo, decidieron que eran capaces de recrear el clasicismo con sus propios recursos, de modo que recuperaron Maybach, una de esas marcas elitistas venidas a menos, para lanzar su propia gama de modelos exclusivísimos.
Entre dos aguas se mantienen marcas como Maserati, cuyo renacido Quattroporte pone el contrapunto latino entre tanta flema británica y sobriedad germánica, o Aston Martin, que de la mano de Ford ha seguido los pasos de su rival italiano con el lanzamiento del Rapide, una berlina de lujo con el mismo talante deportivo de sus hermanos con carrocería coupé.
Ni siquiera otro especialista en coches deportivos como es Porsche ha podido resistirse a esta tentación, y al herético (según algunos) Cayenne le ha dado un hermano, el Panamera, que si no fuera por el escudo del capó se podría considerar incluso como un coche convencional.
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