Si por algo se caracteriza este siglo que estamos viviendo, automovilísticamente hablando, es por la cantidad de líneas que los fabricantes están cruzando, sin importar lo profundas que sean sus raíces y ancestrales sus tradiciones. Tal es el caso de Jaguar.
Después de producir una berlina media como el X-Type, que además de nacer con tracción total de serie contó con una inédita (para la marca británica) carrocería break, y una vez asumido que las ventajas comerciales de los motores diésel no comprometían en exceso el refinamiento que se espera de cualquier Jaguar, parece que la firma británica, ahora bajo el paraguas de Tata, sigue dispuesta a coquetear con segmentos que hasta ahora le habían sido ajenos.
El nuevo Jaguar XF Sportbrake es la última prueba de ello. Desde luego, no se puede decir que estén inventando un nicho de mercado, pero sí queda claro que están dispuestos a enfrentarse sin complejos a la armada de familiares premium alemanes.
Para hacerlo, una de los puntos en los que han hecho hincapié es en la versatilidad de su nuevo modelo, cuya capacidad de carga, con los asientos traseros abatidos (insisten mucho en la proporción 60:40 y en la trampilla para los esquís), pasa de 550 a 1.675 litros.
El Sportbrake monta, además, una suspensión trasera neumática, en lugar de los muelles utilizados en la berlina, para mantener la altura del coche independientemente de la carga y asegurar así el comportamiento dinámico. De todas formas, lo que de verdad debe asegurarlo es el Jaguar Adaptive Dynamics opcional, que es como la firma del felino denomina a su sistema de amortiguación variable.
Las ruedas traseras se encargan de propulsar el XF familiar, que contará con tres posibilidades mecánicas turbodiésel, todas ellas asociadas a un cambio automático de 8 velocidades y levas en el volante. El motor de acceso será el 2.2 de 190 CV con sistema Stop/Start, mientras que por encima habrá dos variantes del V6 biturbo de 3,0 litros, una con 240 CV y el tope de la gama, el “S” con 275 CV.