Prueba realizada por Gabriel Esono
La actual generación de modelos compactos ha sufrido una gran transformación respecto a los que abundaban en los primeros años de este siglo. Igual que ocurre con la moda en las pasarelas, la tendencia de usar el turbo ha vuelto, y lo ha hecho con fuerza. Sin embargo, contrariamente a lo que sucedía en los años ’80, en los que las marcas usaban este componente para potenciar sus versiones más dinámicas, ahora en la mayoría de los casos sirve para mantener el consumo en unas cifras razonables sin sacrificar las prestaciones. Ford con el Focus, Renault con el Mégane II u Opel con el Astra han puesto en sus respetivas gamas una o más versiones con sobrealimentación que rondan los 200 CV. Y, cómo no, el Golf de Volkswagen, cuyo GTI sigue siendo todavía, para muchos, la referencia en términos de deportividad a precios asequibles.
Desde hace unos años, SEAT está trabajando en una estrategia de cambio de imagen. Gracias a la mano de los alemanes de Volkswagen, los antaño sencillotes modelos de la firma española han ido adquiriendo un nivel de calidad en sus realizaciones que poco tiene que envidiar a la del resto de marcas rivales. Y, para gozo de los amantes de la conducción, les está imprimiendo un carácter dinámico que los coloca al nivel de las referencias de sus respectivas categorías.
El León es, hasta la fecha, el modelo que mejor representa este cambio. Lanzado en 2005, pronto demostró sus cualidades, basadas sobre todo en un comportamiento muy eficaz y unos buenos acabados. Las versiones FR llegaron al año siguiente para refrendar el talante deportivo de la gama, aunque dejan un escalón todavía más radical para el muy extremo León Cupra, de 240 CV.
Ahora, con el cambio DSG, levas en el volante, el motor 2.0 TSI de 200 CV y el conocido equilibrio del bastidor, parece que a este coche hay pocas cosas que reprocharle. Una de ellas sería que sólo exista en carrocería de 5 puertas. Su línea, diseñada por el controvertido Walter Da Silva, ha logrado crear la sensación de tener sólo dos puertas laterales, pero no es lo mismo.
Cualquier automóvil que se precie de deportivo ha de empezar, como mínimo, por un motor que dé sensación de poderío. Y hay que decir que este dos litros tetracilíndrico la da. Es el mismo que estrenó en su día el Volkswagen Golf GTI, un dato que inspira una cierta confianza. A pesar de que su condición de sobrealimentado le hace menos brillante que un Honda Civic Type R en alta, lo cierto es que su respuesta a medio régimen lo compensa de sobras. Ya un poco antes de las 2.000 vueltas avisa de que lo que hay bajo el pedal derecho merece un cierto respeto, y a partir de ahí empuja sin tapujos hasta bien pasadas las 5.000 revoluciones, un margen más que suficiente para despertar pasiones.
La combinación de la inyección directa con el turbocompresor permite que los consumos, sin ser especialmente bajos, se mantengan sin embargo en los límites de lo razonable, siempre que nosotros lo seamos también. En cambio, si uno se deja llevar por la alegría que transmite este motor, el ordenador de abordo señalará sin pudor medias de consumo bien por encima de los 15 litros de gasolina cada 100 km.
Capítulo aparte merece la transmisión que montaba nuestra unidad de pruebas: el conocido cambio semiautomático DSG con seis velocidadesy levas en el volante. Su funcionamiento es un prodigio de rapidez y suavidad en casi todas las circunstancias. La gestión electrónica le permite contar con dos modos de actuación en posición automática, la normal y la Sport, y otra en manual. En la posición normal, el DSG está programado para lograr una conducción con el menor consumo de combustible posible. Sube rápidamente de marchas y, en caso de soltar el acelerador, la primera acción es la de dejar la relación más alta posible. Cuando la centralita interpreta que el conductor requiere una respuesta inmediata de la mecánica, ordena reducir una o varias marchas. En la posición deportiva, esta caja tiende a cambiar de velocidad a regímenes cerca del corte y mantiene la relación correspondiente cuando se necesita contar con un cierto poder de retención. Ambas modalidades permiten un cierto uso manual, de forma que se puede actuar sobre las diminutas levas del volante o bien sobre la palanca.
El modo manual, más atractivo si cabe, da casi total libertad para subir y bajar marchas, incluso varias de una vez. Y hay que insistir en el casi, porque en el caso de que se busque una rápida recuperación en una marcha larga, automáticamente llega una reducción no solicitada -aunque por lo general bien recibida-. Naturalmente, prima la protección mecánica, y no actúa si se le da una orden que pueda comprometer la fiabilidad.
El SEAT León es un ejemplo a seguir. Neutro en uso rápido y muy ágil al límite, no llega a ser tan exigente con el conductor como un Mégane Sport, que es algo más efectivo. La dirección no es extremadamente directa, pero lo suficiente para buscar el vértice de la curva con eficacia. La suspensión, especialmente gracias al multibrazo trasero, le otorga un aplomo muy destacable en curva rápida y una gran agilidad en giros lentos y enlazados, que es donde realmente se disfruta este coche. El tarado es tirando a duro, pero no llega a ser incómodo y permite un uso cotidiano del FR.
El comportamiento en general se puede comparar con el del Golf GTI, con el que comparte chasis y suspensiones. Sin embargo, la configuración del SEAT convierte al alemán en un coche soso, de tan preciso y predecible que es.
Cabe decir que nuestra unidad montaba las llantas de aleación de 18″, con neumáticos 225/40, que le aportan un plus de eficacia con la carretera seca y en buen estado. Con el suelo mojado la cosa cambia, y se vuelve algo más delicado al límite. El ESP, correctamente tarado, permite jugar con esos límites sin tener que pasar situaciones de apuro.
Los frenos también están a la altura de lo esperado en un modelo con pretensiones deportivas. Los discos, ventilados de 312 mm de diámetro delante y macizos de 286 detrás, aguantan bien el trato intensivo y prolongado, y hay que ser muy salvaje para llegar a agotarlos. Eso sí, en frenadas al límite, conviene estar atento a la zaga, que no se desbanda pero sí se insinúa y anuncia a los más avezados que pueden contar con ella.
Éste es el aspecto con más claroscuros de este coche. Se nota que SEAT echó el resto en otros aspectos del diseño y el interior ha salido algo perjudicado.
El aspecto del salpicadero es demasiado simple, aunque siempre habrá a quien le gusten los mandos del climatizador. Los ajustes y el tacto de los mandos son, sin embargo, más que correctos y representan un salto de calidad importante en la marca.
Los asientos delanteros, deportivos, también son dignos de elogio. Tienen la dureza justa y sujetan perfectamente el cuerpo del conductor y del acompañante. Detrás, el espacio para las piernas es suficiente y tres adultos pueden viajar sin excesivas estrecheces. La capacidad del maletero, con 341 litros, no es escasa pero está por debajo de la del Toyota Auris, el Ford Focus, el Peugeot 308 o el nuevo Renault Mégane.
Respecto al equipamiento de seguridad, cuenta con los imprescindibles airbags para conductor y acompañante y los laterales delanteros. Los traseros están disponibles como opción. El techo solar y los cristales traseros oscurecidos completan un equipo que incluye volante de piel multifunción y regulable en altura y profundidad, climatizador, regulador de velocidad. La unidad que condujimos tenía, también, faros bi-xenón, opción altamente recomendable.
El sonido del motor es otra de las características que lo definen. Grave al ralentí, parece que sean más de 4 cilindros los que animan a este León. Y al acelerar cambia el talante y se transmite al interior una fiereza que anima a acelerar una y otra vez sólo por el placer de oírlo de nuevo. De todas formas, a algunos de los que se subieron al coche les resultó molesto el sonido de baja frecuencia cuando se circula a poca velocidad. Así que, en esos casos, será cuestión de llevarlo siempre alto de vueltas, ¿no?
La impresión que nos ha dejado el León FR de gasolina ha sido muy positiva. Otorga al conducirlo el extra de emoción que le falta al equilibradísimo TSI de 160 CV, y no da la sensación de caballería desbocada del Cupra. Es, por tanto, una berlina muy deportiva pero no extrema. Permite una utilización diaria aunque, en cuanto lo pongas en marcha, tratará de seducirte para que lo saques a cazar curvas.
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