Prueba realizada por Gaby Esono
Cuando la marca smart apareció en el mercado del automóvil, no fueron pocos los que arquearon una ceja -o las dos-, en señal de incredulidad ante lo que vaticinaban como una idea poco menos que descabellada.
Hace 12 años, el desarrollo, partiendo de cero, de un automóvil de dos plazas y menos de tres metros pensado para moverse por la ciudad, fue considerado como un vano intento por redescubrir la rueda. Si todos los coches, incluidos los urbanos, crecían y crecían con cada nueva generación, ¿qué gracia tenía hacer un vehículo más pequeño que ninguno?
Ahora, el señor que inventó los relojes Swatch, Nicholas Hayek, ya no está con nosotros, pero su legado sigue vigente y, con la nueva edición que acaba de llegar al mercado, se puede decir que es un coche más actual que nunca.
Lo que entonces era un concepto quizá demasiado visionario, ahora es una de las soluciones más prácticas para la movilidad urbana, tal y como demuestra el millón y medio de unidades vendidas desde su lanzamiento.
Independientemente de que la aceptación en el mercado haya ido en aumento con los años, lo que resulta innegable es que su gestación como producto sobre ruedas fue muy buena, ya que desde entonces hasta hoy le ha bastado con ir puliendo pequeños detalles para ponerlo al día.
Actualmente, la práctica totalidad de los fabricantes está dedicando grandes esfuerzos en ofrecer una gama de modelos lo más eficiente y respetuosa con el medio ambiente posible. Para smart, en cambio, esta característica formaba parte de su idiosincrasia desde su nacimiento.
De hecho, uno de los proyectos cuando se creó la marca era comercializar un coche que no contaminara, y hoy dicho objetivo es una realidad palpable con el smart fortwo electric drive.
Otro de los aspectos que más han evolucionado del smart es el interior, un punto donde se nota de forma bastante clara la mano de Mercedes-Benz. La alegría colorista y casi desbordada de la primera generación ha ido dando paso a un salpicadero de formas más ortodoxas y colores menos llamativos.
No es un rectilíneo Clase B, por supuesto, pero parece claro que si por fuera no había mucho margen de actuación, al menos el habitáculo debía resultar atractivo para una mayor cantidad de público.
En cualquier caso, tanto entonces como ahora el tacto y acabado de todos los componentes del interior es de los que transmiten solidez y la sensación de que es un coche bien hecho. La mezcla final, de alegría por fuera y sobriedad por dentro, resulta bastante convincente.